En Costa Rica, el ex vicepresidente tiene una fábrica de vidrio laminado y una financiera automotriz.

Alberto Dahik no ha cambiado dos de sus costumbres básicas de Ecuador: trata con voz amable a sus socios y amigos y se levanta temprano para ir diariamente a misa. Pero, cuando habla del juicio por peculado que le siguieron, su tono cambia: “Ese juicio siempre fue nulo”, asegura.

Su mirada es fría cuando se refiere a la anulación del proceso que el depuesto presidente de la Corte Suprema, Guillermo Castro, dictaminó el 31 de marzo pasado.

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En el citado juicio se lo acusaba de disposición de 440 mil dólares de gastos reservados en las cuentas de sus secretarios, cuando fue vicepresidente en 1995. Y aunque Castro anuló el proceso tampoco se demostró que Dahik  no había cometido el supuesto delito.

El ex vicepresidente afirma que nunca se benefició de esos recursos y que, además, las pruebas de los cheques girados en cuentas personales fueron obtenidas ilegalmente por quienes califica como sus enemigos políticos.

Gracias al fallo de Castro, Dahik retornó a Ecuador el 1 de abril pasado luego de nueve años, cuatro meses y once días de autoexilio en San José, Costa Rica. Visitó las tumbas de parientes y amigos. Pero solo se quedó cuatro días, pues volvió a San José, libre del proceso.

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Sin embargo, la situación cambió. La Corte Suprema de Justicia presidida por Castro fue destituida y ahora la Fiscalía aduce que la anulación de aquel juicio nunca fue ejecutoriada, por lo que su orden de prisión está en firme.

El día que se ordenó la prisión preventiva en su contra, el 11 de septiembre de 1995, Dahik renunció a la vicepresidencia y se fue en una avioneta que él mismo piloteó hacia el exilio, a San José.

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Dahik decidió radicarse en ese país que no tiene fuerzas armadas. Consideró que eso le garantizaba que no habría un cuerpo de espionaje acechándolo, o que se presente una colaboración con militares ecuatorianos, luego de respaldar el pedido del presidente Sixto Durán-Ballén de exigirle su renuncia.

Pero una vez asilado, su vida cambió. Empezó con pequeños negocios que –explica– los pudo poner en marcha con la ayuda de sus familiares de Ecuador. Una década después, la vida es otra para Alberto Dahik. Al estar prohibido por la Cancillería costarricense de hablar sobre política se dedicó a las empresas.

Hace un mes, en San José, dos bancos fueron asaltados, un hecho inusual en estas tierras. Estos locales no contaban con vidrios antibalas. Ningún banco los posee. Alberto Dahik decidió entonces producir este material y actualmente está metido en ese proyecto.

Cerca de la localidad de Alajuela, a pocos kilómetros de San José, Dahik tiene una fábrica de vidrio laminado para automóviles, que ahora se ampliará para elaborar vidrio antibalas.

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También posee una financiera automotriz, un negocio de sistemas de aire acondicionado, compra y venta de bienes raíces y administración de avionetas ejecutivas.

Su hijo, Juan Sebastián (23), es igual a él, incluso en la poblada barba. Solo tres cosas los hacen diferentes: Juan Sebastián es más delgado, tiene más cabello y habla con cierto acento costarricense.

Alberto Dahik recuerda que cuando la selección de fútbol de Ecuador fue a San José a jugar, sus cinco hijos no le hicieron barra. “Mis hijos son ticos”, reconoce.

La Cancillería costarricense no hizo oficial la culminación de su asilo político como lo anunció la prensa cuando retornó a Ecuador apenas enterado de que Guillermo Castro había anulado su juicio, junto con los de Gustavo Noboa y Abdalá Bucaram, quien fuera su compañero en el colegio Cristóbal Colón (por coincidencia, Noboa también estudió allí 17 años antes que Alberto Dahik).

El retorno intempestivo de Dahik a Ecuador casi le hace perder su condición de asilado político.

Sin embargo,  el 7 de abril anterior se acercó a la Cancillería y ahí le comunicaron que su estatus de asilado jamás fue modificado.

Es de noche en San José, solo piensa en regresar a su casa, ubicada en el mismo barrio donde vive el ex presidente Óscar Arias, de quien dice es su amigo.

En sus planes está levantarse temprano para ir a misa, revisar el correo electrónico y, posiblemente, recibir a su amiga íntima, la ex ministra de Finanzas, Ana Lucía Armijos, de visita en este país, con quien en la época de Sixto realizó La ley de Modernización, una avalancha de filosofía neoliberal.

Por la tarde debe seguir en los negocios en Costa Rica y antes de acostarse piensa que debe madrugar para ir a la misa del siguiente día.