Desde que Alberto Dahik proclamó que la mejor política social es la buena política económica, la desvergüenza se consagró en el Ministerio de Economía.
Desde entonces, las políticas económicas y sus respectivos ejecutores se vieron librados de toda preocupación por la suerte de la mayoría de los ecuatorianos.

Lo importante era cumplir con las metas del ajuste. Honrar los vencimientos de la deuda externa. Y emitir religiosamente el examen respectivo a la banca multilateral.

Yo no recuerdo ministro alguno de finanzas que haya puesto a la cabeza de sus decisiones el interés social. Y creo que allí radica lo inédito de la propuesta de Rafael Correa y, naturalmente, la incomodidad de quienes se habituaron desde la década del ochenta a los fantasiosos argumentos de la macroeconomía.

Y así incomodados, tomados por sorpresa, los quisquillosos analistas se han dedicado a desempolvar los apuntes de clase de Rafael Correa, para cazar contradicciones. Finalmente, qué les queda sino hacer lo único que saben hacer: el coherente discurso de los números en el que no hay lugar para las contradicciones, tampoco para las revueltas políticas que echen al traste con el “deber ser”. La verdad es única, el destino de los países latinoamericanos es único, la receta es única. El resto queda por fuera del pragmatismo de nuestros macroeconomistas.

Pasada esta primera actitud como lúcidos zapadores de palabras, los analistas comenzarán a hacer cálculos sobre cada tropiezo de una política económica que intenta poner de cabeza el sofisma de Dahik: la mejor política económica es una buena política social.

Y allí es donde el reto para el ministro Correa va a comenzar: encontrar los proyectos, las propuestas, que puedan ser financiadas con los recursos liberados del fondo petrolero. Un país sin el hábito de la inversión, menos aún de la inversión en la producción o en la salud, la educación o la cultura, va a tener dificultades para generar proyectos.

Rebasados por la frustración, empobrecidos por la dolarización (de la que hay que hablar con pinzas para que los analistas no le registren a uno en la lista negra) los pueblos van, evidentemente, a presionar sobre un Estado que haya recuperado el control de importantes recursos económicos. Y bien harían los analistas en olvidarse de los apuntes escolares de Rafael Correa para colaborar en las propuestas.

Mientras tanto, me parece que debemos cuidarnos con celo del “riesgo país”. Porque con los actuales niveles de políticas de salud, de educación, de empleo, verdaderamente que el país está en riesgo. Con ministerios como el de Bienestar Social, que no entiendo todavía por qué no se lo borró de un plumazo, el país está en riesgo. Con manejos desvergonzados en algunas exportaciones, diseñadas para dejar los beneficios de los exportadores en cuentas fuera del Ecuador, el país está en riesgo. Con testaferros nacionales al servicio de capitales globalizados, el país está en riesgo.

El “riesgo país” ha crecido en los últimos años, el “riesgo país” de la sociedad ecuatoriana, no el de las estadísticas que los analistas escrutan con un tono de voz que parecería que están recitando una misa de muerto.