El final de la II Guerra Mundial obligó a Estados Unidos a dejar el aislamiento para convertirse en una potencia internacional, estatus que no ha dejado en los últimos 60 años y ha reforzado  tras la desaparición de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

EE.UU. disfruta ahora de la condición de única gran potencia mundial, aunque aún debate sobre cómo emplear esa fuerza.

Sin embargo, en términos históricos esa situación es relativamente reciente, y fue producto de un cambio de mentalidad en EE.UU., la pérdida de poder europeo y el empuje de la Unión Soviética tras la guerra.

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En la I Guerra Mundial (1914-18), Washington entró casi forzado y cerca del fin del conflicto. Luego volvió a su aislamiento, a tal punto que no participó en la Sociedad de Naciones y asistió como espectador, durante los años 20 y 30 del pasado siglo, al nacimiento y expansión del fascismo y el nazismo, así como        la consolidación del comunismo.

Aunque fue el presidente Franklin D. Roosevelt quien entendió –antes que su pueblo– que EE.UU. acabaría en la guerra, comenzó un amplio programa de rearme y mantenía una política de apoyo activo al Reino Unido, fue necesario el ataque japonés a Pearl Harbor, el 7 de diciembre de 1941, para embarcar a EE.UU. en el conflicto, iniciado en 1939.

El potencial industrial, agrícola humano y financiero estadounidense fue decisivo en la resolución del conflicto, más aún porque su base estaba a salvo de los ataques alemanes o japoneses.

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Antes de acabar la guerra, Roosevelt y parte de la élite estadounidense se dieron cuenta de que el aislamiento del periodo de entreguerras había sido un error, y decidieron implicar a fondo a EE.UU. en la escena mundial.

“Estados Unidos reconoció que tras el conflicto tendría que jugar un papel más significativo” en la escena internacional, señaló Adrian Lewis, profesor de Historia Militar del siglo XX en la Universidad del Norte de Texas.

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Además de su papel impulsor de Naciones Unidas, Washington dejó en Europa y Japón un importante número de soldados (nueve divisiones en total) y lanzó el Plan Marshall de reconstrucción de las zonas devastadas por la guerra. Incluso, estadounidenses redactaron la nueva Constitución japonesa.

El papel protagonista de EE.UU. tras la guerra no vino solo por el cambio de mentalidad de Washington, sino también por la extrema debilidad europea. “Europa se estaba colapsando. El Imperio Británico se derrumbaba. EE.UU. tuvo que llenar el vacío”, recordó Lewis.

Después, los golpes comunistas en Polonia y Checoslovaquia, el bloqueo soviético de Berlín (1948-49), la primera prueba nuclear soviética (1949) y la guerra de Corea (1950), forzaron a EE.UU. a una posición más firme y asumió el liderazgo en la escena internacional, llamándose baluarte del “mundo libre”.