¿Cómo se entiende que los pueblos aborígenes de todas las regiones del mundo tengan presente ideas religiosas vinculadas a los fenómenos naturales de la Tierra?

Hace veinticuatro años (mayo de 1981) predecía la revista El Correo de la Unesco, a propósito de la celebración del Día Mundial del Medio Ambiente, que “Si el deterioro de los suelos continúa al ritmo actual, casi una tercera parte de las tierras de cultivo del mundo quedará destruida dentro de veinte años.

Asimismo, a fines del siglo (con el actual ritmo de aclareo) quedará solamente la mitad de la superficie presente de los árboles tropicales productivos no explotados”. Nosotros ampliamos lo dicho a los ríos, mares, lagos, cerros y bosques; a la biosfera contaminada con experimentos atómicos y de todo orden.

Aunque la predicción parecía exagerada, el tiempo se ha encargado de comprobarla. La mano alevosa y la mente irreflexiva del hombre han contaminado lagos, esteros, ríos y mares; tierra y cielo; han tumbado cerros, han extinguido especies animales y vegetales preciosas; han derrocado ciudades construidas para la vida y colocado en su lugar metrópolis sin luz, aire ni sol. Ha empleado bien el tiempo el depredador contaminando con insecticida y otros venenos los frutos de la Tierra. No hace falta (aunque sería muy útil) que los ecologistas realizaran un inventario de lo que era el Planeta Azul para que vea el ciudadano común lo que queda de la melancólicamente llamada Casa del Hombre.

Sería una ingratitud olvidar que un ejército de reconstructores ha hecho todo lo que estuvo a su alcance para concientizar a Juan Pueblo sobre la obligación cuasi religiosa que tiene de defender la tierra de sus antepasados y de sus descendientes. Ese ejército de paz integrado por sabios en ecología que han consagrado sus existencias a defender el derecho del prójimo a respirar aire limpio, a no ser trepado contra su voluntad en los toboganes de la violencia.

Bien vale la pena detenerse un instante a meditar sobre el aparente choque entre dos términos: civilización y cultura. La civilización es, para mí, el avance incontenible de la técnica. La cultura es el tesoro de la ciencia y el arte transmitido, incrementado y renovado generación tras generación.

Si no fuera así, ¿cómo se explica el respeto y la veneración de los pueblos aborígenes de todas las latitudes por la naturaleza?
¿Cómo se entiende que los pueblos aborígenes de todas las regiones del mundo tengan presente ideas religiosas vinculadas a los fenómenos naturales de la Tierra? En el universo tiene un papel preponderante la Madre Tierra y el ser humano es una parte infinitesimal del magnífico Todo. Valga decir, es una nota imprescindible del gran concierto de las constelaciones.