Héctor Alvarado y Héctor Castillo cuentan sus vivencias para tener un trasplante de hígado.

El destino juntó de manera inesperada las vidas de Héctor Castillo y Héctor Alvarado, en un centro médico de Buenos Aires.

El primero, un ginecólogo manabita de 54 años que reside desde hace 30 en Guayaquil. El segundo, un joven guayaquileño de 15 años, estudiante de secundaria.

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Hace dos meses se conocieron en Argentina, en uno de los pabellones de cirugía del hospital Italiano. Castillo había sido operado y se enteró de que un menor ecuatoriano se encontraba en el sitio.

Así descubrieron que tenían más que el nombre y la nacionalidad en común: ambos habían acudido para someterse a un trasplante de hígado que les permita seguir viviendo.

Y habían llegado allá luego de agotar recursos en hospitales ecuatorianos, para evitar que la cirrosis hepática que los afectaba siga avanzando. La enfermedad no da tregua al tiempo y termina por dañar el funcionamiento del hígado.

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El problema era mayor para ellos porque en el país no se realiza esta operación y en Argentina cuesta 35.000 dólares.

Pese a ello, lograron reunir el dinero para viajar y recibir un órgano. Castillo tuvo el apoyo de sus compañeros del Seguro Campesino, de asociaciones médicas y deportivas y de incontables amigos.

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Héctor Alvarado debió esperar diez años. La fundación María Gracia, en una campaña social a favor del niño Juan Carlitos Bravo, de 9 meses, logró reunir el dinero suficiente para costear tres operaciones más, entre ellas la que le permitió continuar viviendo.