El Día de Reyes marcó un nuevo nacimiento para Héctor Castillo Antón. Ese 6 de enero, a las 03h00 y luego de seis horas y media de operación, fue sometido a un trasplante de hígado, que hoy lo mantiene con vida.

En 1999 le detectaron gastritis crónica que luego se tornó hemorrágica. Pero con nuevos exámenes y una endoscopia, le diagnosticaron cirrosis hepática, producto de un trastorno genético.

“No sentía nada y estuve seis años en tratamiento hasta que en mayo del 2004 me agravé”. Tuvo que ser hospitalizado y sometido a nuevos análisis. En ellos, los doctores concluyeron que requería urgentemente un trasplante.

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Eduardo Marriot, su médico tratante, hizo los contactos con el Hospital Italiano para que pudiera ir a Argentina a una valoración.
Viajó el 26 de septiembre del 2004. Y no pudo regresar porque allá sufrió una complicación, que lo tuvo cinco días en terapia intensiva.

Le dieron el alta y empezó a conseguir dinero para operarse.
Vendió su vehículo, hipotecó la vivienda, hizo préstamos y recibió ayuda de amigos y familiares. “En ese rato dije si me quedo sin casa me quedo, lo importante es salvarme”.

Cuando reunió los 35.000 dólares entró en lista de espera. Pero un mes después por una hinchazón y el aumento de la coloración amarilla de su piel y sus ojos, pasó a emergencia nacional. Debía permanecer en casa y  con los teléfonos activados.

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A las 19h00 del 5 de enero, una llamada cambió su vida: “apareció el hígado, ven que te vamos a operar”, le dijo un médico del hospital.

Llamó a su esposa a Guayaquil para contarle y se alistó para ir al hospital. Esto mientras un equipo médico se dirigía a una población cercana a extraer el hígado de una persona, de la que no sabe su nombre ni edad, ni sexo. Solo que le salvó la vida.

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Ahora, Héctor Castillo quiere fomentar la donación de órganos y poner una fundación para ayudar a las personas que requieran trasplantes.