La tigresa.– El futuro laboral de la embajadora Kristie Kenney me inquieta. Observo que su carrera diplomática ha sufrido un durísimo revés. Durante dos años sostuvo a Lucio Gutiérrez con uñas y dientes. Cuando salía de su cueva, lo primero que rugía, para que todos la escuchen, es que el régimen de Gutiérrez no debía caerse, no tenía por qué caerse y, por tanto, no se caería. ¿Cómo les explicará ahora lo que ocurrió a sus jefes, los viejos y malhumorados tigres del Departamento de Estado, que no perdonan una?

La pobre tigresa fue a meterse en la cueva de los lobos el día en que la tierra tembló y los forajidos derrocaron al coronel. Me pregunto si desde allí habrá telefoneado a los generales para que respalden al coronel; y me pregunto en qué momento supo que los generales no le harían caso; y me gustaría saber si sabe por qué los militares quisieron comerse al nuevo Presidente, abandonado en medio de una turba.

Los tigres.–  Steven Spielberg imaginó que a los dinosaurios se los podría clonar; lo que nunca creyó es que los dinosaurios podrían resucitar convertidos en tigres hambrientos.
Pero Spielberg conoce las Galápagos, mas no el Ecuador. Acá el pueblo sepultó a los dinosaurios cuando votó en la primera vuelta por un coronel y por un millonario que prometieron acabar con el viejo sistema político. Pero luego el coronel y el millonario se juntaron con el cadáver de los viejos dinosaurios para aprender sus tretas. Entonces el pueblo frustrado salió a las calles y destituyó al coronel y dejó muy mal parado al millonario.

Con eso los dinosaurios resucitaron: ahora celebran con un festín en el Congreso donde se sirven cortes, tribunales electorales, Banco Central y curules autodepuradas. Luego del banquete dormirán la siesta, mientras en sueños escogen a qué enemigo perseguir y destrozar.

Y los tigrillos.– No les gustan los dinosaurios, ni su corrupción, ni su nepotismo.
Quieren que se vaya toda la carroña y que se instaure una nueva democracia. Son los forajidos. Un nombre feo que encierra un concepto nuevo de hacer política.
Lamentablemente, los forajidos son tigrillos que recién han comenzado a recorrer la selva del poder, y no tienen experiencia.

Creen que se puede hacer política siendo honestos y tolerantes, y en eso tienen toda la razón; pero creen también que se puede hacer política sin líderes ni dirigentes, y en eso se equivocan, porque si ellos no promueven nuevos tigres, seguiremos siendo el bocado de los dinosaurios.

Están convencidos de que hacen falta nuevos movimientos políticos donde no exista el caudillismo ni el culto a la personalidad, y en eso tienen toda la razón; pero creen que ellos no deben ser un movimiento político para no corromperse, y en eso se equivocan, porque si ellos no conforman una nueva alternativa en las próximas elecciones, entonces los viejos partidos seguirán siendo dueños del poder. Nadie se protege de la corrupción escondiéndose; hay que salir al ring a luchar a brazo partido contra ella.

Yo ya tengo en quién creer políticamente: en un nuevo movimiento organizado democráticamente a partir de las decenas de miles de ciudadanos forajidos que en estos momentos se reúnen en casas, en universidades y en centros de trabajo, para responder a la pregunta de qué hacemos ahora. Lástima que ese movimiento en el que yo creo no exista, porque quizás los tigrillos son todavía muy jóvenes para asumir el desafío.