Difícilmente ha existido algún interés de los medios masivos en la agonía sin alivio de decenas de miles de civiles inocentes en Iraq.

Nada es tan hermoso y maravilloso, nada mantiene tanto su frescura y sorpresa, tan llena de dulzura y éxtasis perpetuo, como el bien”. Simone Weil .

“No hay duda en mi mente de que el buen Señor tiene las manos llenas justo ahora”. Reverendo Ted Oswald en la misa fúnebre para Marla Ruzicka.

En un horrendo incidente que ocurrió en la primavera del 2003, una mujer iraquí arrojó a dos de sus hijos, una infanta y otra que apenas gateaba, por la ventanilla de un automóvil que había recibido accidentalmente el impacto de un proyectil estadounidense. La mujer y el resto de su familia perecieron en el humo negro y las flamas del destrozo. La niña que apenas gateaba, cuyo nombre era Zahraa, quedó severamente quemada. Murió dos semanas después.

La infanta, de nombre Harah, no sufrió heridas serias. La fotografiaron en fecha reciente sobre el regazo de Marla Ruzicka, una joven trabajadora de ayuda humanitaria proveniente de California que perdió la vida poco más de una semana atrás en la destrucción flamígera de un automóvil que fue destrozado en un ataque suicida con bomba, en Bagdad.

La vasta cantidad de sufrimiento y muerte que han soportado los civiles como resultado de la invasión a Iraq que encabezó Estados Unidos se ha mantenido, en su mayor parte, fuera de la conciencia del estadounidense promedio. No puedo pensar en nada que al gobierno del presidente Bush le gustaría discutir menos. No se le puede dar un giro positivo a la muerte de niños.

En cuanto a la prensa, tiene mejores cosas que cubrir que el sufrimiento de civiles en tiempos de guerra. La aversión a este tema está en el extremo opuesto respecto de la extática acogida periodística de la muerte de un papa y la elección de otro, y la obsesión maniaca de los medios de comunicación con las idas y venidas de Jacko (Michael Jackson), y otros.

Difícilmente ha existido algún interés de los medios masivos en la agonía sin alivio de decenas de miles de civiles inocentes en Iraq. Es un tema desagradable, y ha echado raíces la idea de que los estadounidenses necesitan ser protegidos de historias o imágenes de la guerra que pudieran ser perturbadoras. Como nación, nosotros podemos librar la guerra, pero no deseamos que la opinión pública se sienta muy alterada con respecto a ella.

Así que la opinión pública ni siquiera oye sobre las bombas estadounidenses que caen erróneamente sobre los hogares de civiles inocentes, matando a familias enteras. Escuchamos muy poco sobre los frecuentes casos de soldados nerviosos que abren fuego de manera indiscriminada, matando e hiriendo a hombres, mujeres y niños que, para empezar, nunca fueron una amenaza. No escuchamos mucho con respecto a los niños que, por una y otra razón, son muertos a balazos, quemados o que estallan hasta la eternidad a manos de nuestras fuerzas, en nombre de la paz y la libertad.

Ojos que no ven, corazón que no siente.

Esta pasmosa falta de interés en el precio que ha cobrado la guerra en vidas de civiles es una de las razones por las cuales Ruzicka, quien contaba apenas 28 años de edad cuando murió, se sintió obligada a tratar de documentar personalmente tanto sufrimiento como le fuera posible. Algunas veces ella solía ir de puerta en puerta en las áreas de mayor peligro, recabando información acerca de civiles que habían sido muertos o heridos. Ella creía ferozmente que los estadounidenses necesitaban enterarse del terrible dolor que la guerra estaba infligiendo, y que nosotros teníamos la obligación de hacer todo lo posible por mitigarlo.

Su máximo objetivo, que también lo persigue el senador de Vermont, Patrick Leahy, consistía en establecer una oficina del gobierno estadounidense, quizás en el Departamento de Estado, para documentar las muertes de civiles a causa de las operaciones militares de Estados Unidos. Después, esa información sería dada a conocer de manera pública. Se proporcionarían compensaciones para víctimas y sus familias, y los datos serían estudiados en un esfuerzo por reducir al mínimo las bajas civiles en operaciones futuras.

La guerra siempre tiene que ver con el dolor y el sufrimiento más profundo. Los tontos tratan de engalanarla con las finezas de racionalizaciones a medias, pero la realidad siempre es un despiadado derramamiento de sangre, carne putrefacta y el trauma de toda la vida de aquellos que son mutilados física o mentalmente.

Más de 600 personas se presentaron al funeral de Ruzicka el sábado pasado en su poblado natal de Lakeport, en California. Entre ellos estaba Bobby Muller, el presidente de la Fundación Estadounidense de los Veteranos de Vietnam. Ex teniente de la Armada estadounidense, él sabe algo con respecto a la agonía de la guerra. Su columna vertebral fue cercenada tras recibir un impacto de bala en la espalda, en Vietnam. Él les dijo a los dolientes: “Marla demostró que un individuo puede marcar una profunda diferencia en este mundo. Su vida estuvo dedicada a víctimas inocentes del conflicto, exactamente lo que ella terminó siendo.

© The New York Times News Service