La sociedad civil, por fin ha logrado despertar y tomar conciencia de su poder. La reacción de la opinión pública, denuncias venidas de los sectores productivos, son una clarinada contra la mala calidad de educación que recibe nuestra juventud en los centros de educación fiscal. Las autoridades responsables y dirigentes de la UNE son señalados como ajenos a los problemas básicos del sistema escolar. Los primeros por ineficiencia, falta de civismo y los segundos, sin propuestas de cambio porque no les conviene la superación del magisterio. Además, el maestro rural tiene tan ínfima categoría, que no cabe siquiera en la desastrosa educación urbana. Destruye las tradiciones y forma de vida costeñas, porque las ignora.

Hace poco, revisando el semanario El Filántropo, encontré un artículo de Nicolás Augusto González, publicado el 17 de agosto de 1853. En este toca el autor un tema de plena actualidad, y demuestra que nuestra educación sigue anclada en la memorización y en la sistemática negación de la inteligencia: “Confiar la instrucción del alumno únicamente a la memoria, fue el método de enseñanza que primó por largos siglos en el mundo civilizado (…). Poco a poco se ha ido comprendiendo lo absurdo de ese procedimiento, que cansa y desgasta el cerebro, hay varios métodos prácticos de enseñanza, sobre todo empleados en la instrucción primaria, que sirven para despertar la inteligencia de los niños, para habituarlos a la reflexión y acostumbrarlos a contestar prontamente (…) no solo el alumno adquiere rápidos conocimientos, sino que el maestro se ve obligado a estudiar, a su vez, cada día con más empeño las materias que tiene la obligación de enseñar”.

En ese sentido no ha transcurrido el tiempo. La falta de lectura y de preparación del maestro, exceptuando aquellos que llevan en el alma su condición de educadores y están abiertos a toda posibilidad de capacitarse, una generación tras otra, aparece ante el país como un meteorito devastador. “Débese trabajar con empeño, agrega González, porque los encargados de transmitir los conocimientos científicos sean idóneos y sepan penetrarse de la sagrada obligación que contraen con la sociedad y consigo mismos, al hacerse cargo de la educación de la juventud”. Pareciera ser un escrito actual.

No hay educación cívica ni orientación al pensamiento y conciencia en los jóvenes. Y sin esto no hay buen ciudadano ni democracia, pues, pasa a ser pasto de la corrupción y sostén del populismo que medra y prospera entre un electorado incapaz de discernir. “Si ayer conseguimos ser libres por nuestra Emancipación Política, no consintamos ahora en ser esclavos de quienes nos conquistan como consecuencia de una total falta de ideales (…) que florezca y trascienda (el civismo) en el corazón y la mente de nuestros pueblos, para que puedan contrarrestar la infiltración (…) a la expectativa únicamente de los asaltos al Poder para los codiciosos festines del hartazgo” (Mora Bowen).

Estos graves problemas y serios desafíos exigen al empresario guayaquileño retomar su tradicional participación cívica. Es el momento de crear e invertir en espacios paralelos a la educación oficial. Capacitar maestros y formar normalistas en beneficio del país. Y formando a las generaciones venideras, dotarlo de trabajadores, profesionales medios y especialistas capaces.