El tema adquirirá prominencia en junio en Naciones Unidas, cuando el organismo internacional decidirá si renueva o no el mandato de la fuerza pacificadora que reemplazó a las tropas estadounidenses, que fueron las primeras en llegar al país tras la salida de Aristide.

Hace catorce meses, en lo que fue un retroceso, rebeldes armados derrocaron en Haití al gobierno elegido popularmente de Jean-Bertrand Aristide, el ex sacerdote de barriada que tenía un historial diverso en su forma de gobernar pero que contaba con el respaldo de buena parte de la población desesperadamente pobre.

Desde entonces, ni el gobierno provisional ni la fuerza de 7.500 soldados de pacificación de la ONU y agentes policiales han sido capaces de crear la estabilidad necesaria para el crecimiento económico y el desarrollo de fuertes instituciones públicas y pri-vadas.

Las elecciones de este verano podría dar origen a un gobierno con mayor credibilidad, pero Haití seguirá necesitando de las fuerzas de pacificación y de otras formas de ayuda internacional mucho después de las elecciones.

El tema adquirirá prominencia en junio en Naciones Unidas, cuando el organismo internacional decidirá si renueva o no el mandato de la fuerza pacificadora que reemplazó a las tropas estadounidenses, que fueron las primeras en llegar al país tras la salida de Aristide.

La Organización de las Naciones Unidas no debería dudar en extender ese compromiso. Los esporádicos asesinatos por venganza y tiroteos al azar que afligen actualmente al país podrían deteriorarse hasta convertirse en actos de violencia mucho peores sin el contingente de pacificación.

La repentina insurrección por parte de los rebeldes tuvo como objetivo cambiar el régimen, a lo cual Estados Unidos debió oponerse, pero optó por no hacerlo.

Ahora, Haití necesita de manera urgente las medidas más básicas para crear una nación. El integrante del Congreso estadounidense William Delahunt de Quincy, uno de los observadores de las polémicas elecciones haitianas del 2000, e integrante del Subcomité sobre el Hemisferio Occidental del Comité de Relaciones Internacionales de la Cámara Baja, regresó hace poco de una visita de dos días a la nación isleña. Se mostró crítico hacia el fracaso del gobierno provisional porque en su opinión no logró llegar a los miembros del partido Lavalas, al que pertenecía Aristide, para desarrollar la confianza que conduciría a sus desencantados integrantes a participar en los comicios.

Sin la participación de ese partido, las elecciones harán muy poco por volver a unir el tejido de este país, profundamente dividido.

Delahunt está tratando de interesar  a líderes políticos y civiles de Haití para que viajen a Massachusetts con el fin de sostener conversaciones privadas sobre territorio neutral. Él cree que las reuniones podrían extenderse a lo largo de varias semanas, no solo un día o dos.

En una situación de esa índole, dijo, los participantes podrían formar relaciones informales con individuos de todo el espectro político, en una atmósfera exenta de posturas y preocupación por la seguridad personal.

Un modelo para eso es el Grupo de Boston, en el cual políticos de Venezuela opuestos entre sí se han reunido de manera informal en Cape Cod y Nantucket, a instancias de Delahunt.

El gobierno del presidente George W. Bush debería fomentar esta iniciativa como una forma de empezar la reconciliación en Haití.

Unas elecciones que no se fundamenten en un cierto nivel de confianza no van a suministrarle a Haití el liderazgo que necesita con urgencia.

Distribuido por The New York Times News Service.