La caída del gobierno del señor Gutiérrez no puede verse como la sola simple suma de sus múltiples errores, sino como una especie de suma total de los errores en que hemos incurrido los ecuatorianos en estos últimos diez años.

De hecho, lo preocupante es esto último, menos por una reincidencia casi fatalista en elegir erróneamente a nuestros mandatarios, y más por un persistente afán de remediar esos errores a través de protestas y destituciones.

La responsabilidad general es de nosotros mismos, y de modo particular de los partidos políticos. Por eso las protestas de la semana anterior han tenido dos netos destinatarios: el señor Gutiérrez por una parte y los políticos por otra. Pues, las protestas han sido claras y los rechazos unánimes, sin que de ellas se libren los dirigentes de toda connotación política, y tampoco el Congreso.

Lo que señalan sin tapujo es algo que venía fermentándose desde los años últimos: una conciencia ciudadana que ya no está dispuesta a aceptar dirigentes que miran exclusivamente a sus intereses y no al bien común.

Toda esta dirigencia ha sido unánimemente rechazada y no solo la que fue afín a los manejos políticos del señor Gutiérrez. Eso se vio a lo largo de estos días de reclamos y violencias; eso se sigue pensando y manifestando aún.

Sin extrañeza, entonces, que a los diputados de toda procedencia política se les haya enrostrado su incapacidad de atender a los problemas del país, y que más de uno tuviera que soportar los golpes e insultos de quienes ya están hartos de manipulaciones y desvergüenzas.

Esta es, quizá, la parte positiva de esta crisis, y esto es, sin duda, lo que ha puesto en estado de alerta a los gobiernos del resto de América que miran con la preocupación del caso las resonancias de estos acontecimientos.

¿Se ha lesionado la democracia? Tal vez en su aspecto formal, porque ella no puede seguir existiendo como la máscara de un modo de vida que los más de los líderes políticos nacionales ni sienten ni entienden en su dimensión real.

El nuevo gobierno soportará este trauma. Tengo la impresión que nace con un cordón umbilical comprometido que deberá cortar cuanto antes. Quiero decir que el doctor Palacio no tiene apoyo cierto en el Congreso, salvo el coyuntural que fue desplazar al señor Gutiérrez del poder. Esto es naturalmente negativo, como puede ser positivo en la medida de no admitir las presiones a las que será sometido. Hay un clima de intranquilidad que no acaba de disiparse en el país, una especie de mea culpa por esta suma de errores. El señor Palacio deberá hacer un esfuerzo importante para ganar la confianza de los ecuatorianos y por restituir la que nos corresponde.

Lo presente para él debe de ser este rechazo frontal a una dirigencia que vive su propia pesadilla. Creo que, en general, no se le considera un político, pero tiene que actuar políticamente para resolver algunos de los problemas heredados. Estos últimos diez años ha sido tiempo perdido. Tengo la impresión de que en vez de avanzar se ha retrocedido más allá de lo imaginable. Queda el futuro, cierto, pero él será positivo si es que ahora, hoy, podemos fijar nuevos rumbos.

La gente joven, sobre todo, rechaza el embaucamiento demagógico. Quiere una acción directa, responsable, lejos de utopías de cualquier género, quiere o busca tener los pies sobre la tierra. Es pragmática y vital. Confiemos en ella que parece reflejar el rostro de un nuevo país.