Pero eso no significa que la cúpula militar esté exenta de responsabilidad. En los últimos años, los jefes militares comenzaron a asumir el papel de árbitros de las crisis, tratando de tomar en sus manos la responsabilidad de decidir qué Presidente se queda y cuál se va, en un atentado abierto y franco al imperio de la democracia y de la Constitución.

Durante la caída de Jamil Mahuad, esa intromisión de la cúpula militar fue evidente, pero entonces se podía argumentar que tampoco cabían muchas otras opciones. Ahora, durante el derrocamiento de Lucio Gutiérrez, ese papel fue completamente descarado. Por alguna razón que aún se ignora, el Alto Mando militar respaldó los atropellos de Lucio Gutiérrez de manera incondicional, y luego, por razones igualmente desconocidas, resolvió que había llegado la hora de que se marchase.

Es necesario entonces que el nuevo régimen dé a conocer cuáles son las razones “de necesidad nacional” a las que se refirieron sus voceros cuando se anunció la semana pasada el cambio del Alto Mando militar. Porque si bien fue una decisión saludable, es indispensable que se revelen los entretelones de la misma.