Toda violación a la Constitución es negativa. La desobediencia y la resistencia civil son armas válidas, que deben usarse solo cuando la nación está en grave peligro, cuando un gobierno se ha vuelto contra el pueblo y las garantías básicas de los individuos y los derechos de los ciudadanos están amenazados. Estos hitos, que en la mayoría de las naciones se han dado en contadas ocasiones en su historia, en Ecuador ocurren repetidamente.  Esta herramienta extrema se ha convertido en frecuente, y no está bien. No es normal. Pudiera también ser que estos eventos –la amenaza a las garantías o el grave peligro para la nación– no sean tales y que simplemente la desobediencia popular no haya sido en todos los casos bien encaminada, teniendo otras causas diferentes a la presencia de un gobierno que represente el grave peligro para la nación ya descrito. Mas, esto no es un asunto que queremos tratar hoy. Solo las consecuencias. Y las más importantes son que al usarse un recurso tan extremo cotidianamente, se desgasta, y el pueblo no madura; pues solo se puede madurar al cometer errores y enfrentar las consecuencias de los mismos. Al botar a Gutiérrez, individuo cuyo mejor biógrafo es Bonil, quedamos eximidos de haberlo sufrido, de habernos arrepentido y de tener que reflexionar mejor para la siguiente elección. ¿No era previsible que tenga el desempeño que tuvo, un militar que ya había roto la Constitución al dar un golpe de Estado, a quien nadie acusó nunca de ser brillante, cosa un tanto obvia?

¿No fue corresponsable de esto la raza política, a través de todos los partidos que en el Congreso votaron por la amnistía luego del golpe, permitiéndole así terciar en las elecciones?

Una vez terminado el reciente caos, ocurrió el mejor de los escenarios: la sucesión constitucional, de quien con mucho valor había estado en contra de los abusos y excesos de su ex compañero de fórmula y adláteres.

En los próximos meses veremos si el Presidente de la República pasará a la historia como alguien que revolucionó el país o como el ex presidente Noboa, que en similar situación, teniendo todo en sus manos para provocar los cambios estructurales necesarios, contagiándose de la raza política, fracasó. Dos temas pueden cambiar la historia del Ecuador. El primero es la autonomía, haciendo uso de la pregunta calificada ya como urgente por el Congreso Nacional en tiempos de Noboa, para consultar al pueblo si la Constitución debe cambiar para permitir una autonomía provincial y regional profunda. El segundo cambio trascendental es la votación por distritos electorales, lo cual remozaría la democracia y rompería los cacicazgos.

¿Nuestros políticos aprendieron la lección dada en Quito? ¿No hubo suficiente sangre? ¿No aprenderán mientras no sea su sangre la derramada? Sus actuaciones futuras nos lo dirán. Despidámonos con las palabras de Bertold Bretch: “No os regocijéis por la derrota de los bastardos, pues la perra que los parió todavía está en celo”.