La precipitada crisis política ha dejado varias lecturas que demandan tiempo y espacio para una mayor reflexión y análisis.

Una de ellas es la decidida rebelión del pueblo quiteño, que no fue imitada de forma militante por el resto del país, pese a la generalizada percepción contraria que la nación entera tenía del depuesto presidente. ¿Hay signos que evidencian distintas actitudes y diversos intereses?

Hay otras ideas, como aquella petición de que se vayan todos, lo cual podría entenderse como una exhortación directa a los diputados. Pero si el pedido es que todos los políticos, sin excepción, se larguen, debemos responder que sería bueno pero que no existe fórmula mágica para encontrar a los nuevos.
Nuestros políticos, muy mediocres por cierto, están ahí porque son productos de una cultura política que solo podrá ser mejorada en un proceso complejo y exigente, no por generación espontánea. Fernando Savater decía que lo malo de los políticos es que se parecen mucho a la gente que los consiente y que los elige. Ojo, esto no es Finlandia con políticos ecuatorianos, es Ecuador con políticos ecuatorianos. Si el asunto fuese tan fácil, que aparezcan entonces los iluminados, redentores llenos de virtudes que salvarán a la patria ecuatoriana, pero, ¿dónde están ellos?, ¿no seguimos esperándolos cada vez que se da una crisis de este tipo? Si lo que se pretende es mayor compromiso y responsabilidad en nuestros representantes, comencemos reformando la obligatoriedad del voto e introduciendo opciones como la elección distrital.

Otro tema es la crisis del presidencialismo como sistema de gobierno con su repetitivo ciclo de abrupta salida de un presidente y los intentos de dar un ropaje constitucional a la sucesión presidencial. Ciertamente, el sistema presidencial, al menos como lo tenemos concebido, está en virtual colapso especialmente con la manifiesta facilidad con la que se produce el relevo, por lo cual hay que analizar seriamente las propuestas de sistemas mixtos que mantienen la figura del Presidente de la República, pero que incorporan el cargo de Jefe de Gobierno con responsabilidad parlamentaria. El punto es que dicha fórmula requiere una mayor intervención legislativa en las políticas del gobierno así como mayores exigencias de consenso y todos conocemos, no solo el significativo deterioro de la imagen parlamentaria, sino la imposibilidad en la política nacional de lograr acuerdos a mediano y largo plazo.

En este contexto, quizás lo más recomendable sería introducir la figura de la revocatoria del mandato presidencial, como una alternativa seria que permita desfogar toda la insatisfacción acumulada respecto de un gobernante. Podría alegarse que la revocatoria del mandato contribuiría a crear una cultura de mayor desorden y anarquía, pues de forma inevitable todo mandatario estaría abocado a tolerar un proceso de decisión popular en el cual su cargo estaría en riesgo. Pero, ¿acaso no nos percatamos lo que ocurre en el país con cada presidente electo? Quizás con la revocatoria, los presidentes saldrán no por la revuelta de una ciudad, sino por la decisión nacional en las urnas, evitando lo que también es otro desvarío democrático: esperar el tutelaje militar para conocer si un gobernante se queda o se va.