El ejército de Sudán y las milicias janjaweed han dedicado los dos últimos años a despedazar la región de Darfur, asesinando a niños y hombres, violando multitudinariamente y después mutilando a mujeres.

Cuando Turquía estaba masacrando a los armenios en 1915, la administración del presidente Woodrow Wilson optó por ver decididamente hacia otro lado. El embajador de Estados Unidos en Constantinopla envió furiosos cablegramas a Washington, rogando por acción de algún tipo contra lo que él llamó “asesinato de una raza”, pero la Casa Blanca se encogió de hombros.

Era, después de todo, una situación sumamente confusa y sucia, y no había una forma fácil de poner fin a la matanza. Estados Unidos estaba desesperado por mantenerse al margen de la Primera Guerra Mundial y renuente a envenenar sus relaciones con Turquía.

Una generación más tarde, los funcionarios estadounidenses dijeron que estaban muy ocupados librando una guerra para preocuparse por los campos de muerte nazis. En mayo de 1943, el gobierno de Estados Unidos rechazó sugerencias de que bombardeara Auschwitz, afirmando que no tenía aviones disponibles para esa tarea.

En la década de 1970, Estados Unidos no trató de impedir el genocidio camboyano. Era una situación confusa también, en un país hostil, y no había una solución perfecta. Estados Unidos también estaba negociando el establecimiento de relaciones con el gobierno de China, el principal aliado del Khmer Rojo, y no quería alterar ese proceso diplomático.

Cosas semejantes ocurrieron en Bosnia y Ruanda. Como lo narra Samantha Power en su maravilloso libro A problem from hell: America and the age of genocide (Un problema endemoniado: Estados Unidos y la era del genocidio), el patrón se repetía una y otra vez: se llevaba a cabo una matanza prolongada en alguna parte del mundo, pero los estadounidenses tenían otras prioridades y siempre la respuesta más sencilla para el gobierno de Estados Unidos era desviar la mirada.

Ahora el presidente Bush está escribiendo un nuevo capítulo en esa historia.
El ejército de Sudán y las milicias janjaweed han dedicado los dos últimos años a despedazar la región de Darfur, asesinando a niños y hombres, violando multitudinariamente y después mutilando a mujeres, arrojando cadáveres a pozos de agua para envenenar el agua potable y lanzando a niños a hogueras. Hace solo una semana, 350 atacantes emprendieron lo que las Naciones Unidas calificaron de un ataque “salvaje” contra la aldea de Khor Abeche, “matando, incendiando y destruyendo todo lo que estaba en su camino”. Una vez más, no hay una solución buena. Así que los estadounidenses hemos desviado la mirada mientras 300.000 seres humanos han sido asesinados en Darfur, con otros 10.000 que se suman cada mes.

Entre tanto, el presidente Bush parece estar completamente paralizado ante la matanza. Ha realizado una excelente labor en lo que se refiere a proporcionar ayuda humanitaria, pero ha rehusado enfrentar vigorosamente a Sudán o denunciar este caso ante el resto del mundo.

No hay ninguna solución perfecta, pero sí existen medidas que podemos aplicar. Bush podría imponer una zona de no vuelos, proporcionar apoyo logístico a una fuerza africana o de las Naciones Unidas de mayor tamaño que la actual, enviar a Condoleezza Rice a Darfur para mostrar a las claras que es una prioridad para su gobierno, consultar con Egipto y otros aliados, y sobre todas las cosas, hablar vigorosamente acerca de este asunto.

De hecho, la cadena MTV está dando a conocer este caso con más vigor y apertura que nuestra propia Casa Blanca. Debería ser un motivo de vergüenza nacional que MTV sea más agresiva en cuanto a denunciar un genocidio que nuestro presidente.

Pero si la administración Bush se ha quedado silenciosa en cuanto a Darfur, otros países se han mostrado aún más pasivos. Europa, con la excepción de Gran Bretaña, ha estado ciega. Ayuda Islámica, el grupo de ayuda, ha llevado a cabo una labor extraordinaria en Darfur, pero en general los musulmanes del mundo deberían estar avergonzados del hecho que no han ayudado a las víctimas musulmanas en Darfur tanto como lo han hecho los judíos estadounidenses. Y China, que no cesa de gritar para denunciar las atrocidades de Japón hace 70 años, ha estado apoyando las atrocidades en Sudán en 2005.

En cada una de mis tres visitas a Darfur, las víctimas desposeídas de ese lugar mostraron una bondad extrema, guiándome a lugares seguros y ofreciéndome agua cada vez que yo estaba acalorado y exhausto. Son gente que ha perdido sus hogares y frecuentemente también a sus hijos y no parecen tener ya nada... y, sin embargo, de alguna forma, con su compasión me han mostrado que han sabido conservar su humanidad. Así que me abruma y escandaliza que nosotros, que todo lo tenemos, no podamos mostrar la humanidad más sencilla y básica de salvarles la vida.

© The New York Times News Service.