Consumimos una cuarta parte de la energía mundial, somos el país que más contribuye con los gases de invernadero al calentamiento mundial, y aprovechamos la agricultura de todo el mundo para tener melocotones frescos, pimientos y bayas los 365 días del año si así lo deseamos.

A lo largo de más de cuatro años, el presidente George W. Bush les ha dicho a los estadounidenses que él necesita ver “ciencia sólida” con respecto al calentamiento mundial antes de unirse al resto del mundo para combatirlo. En junio del 2001, el mandatario estadounidense desechó críticas sobre su retiro del protocolo de Kyoto, diciendo: “No se fundamentó en la ciencia. Los mandatos declarados en el tratado de Kyoto afectarían nuestra economía de una manera negativa”.

Un año más tarde, la propia Oficina de Protección Ambiental (EPA) de Bush emitió un informe en cuanto a que la quema de combustibles fósiles en las actividades humanas de la industria y los automóviles contribuye enormemente al efecto invernadero. Él desechó en público ese informe al decir: “Leí el informe que emitió la burocracia”.

Ahora llega un nuevo estudio, por parte de una nueva burocracia que representa a casi todo el planeta. Se trata de la Evaluación Milenio del Ecosistema, comisionada por la Organización de las Naciones Unidas en el 2000, a un costo de 24 millones de dólares, compilado por 1.360 expertos de 95 países. Es lo último en informes alarmantes en cuanto a cómo estamos agotando al planeta y, de manera implícita, cómo Estados Unidos antepone sus intereses y su contaminación al bienestar del resto del planeta.

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El informe dice que los seres humanos, que nos hemos duplicado hasta llegar a los 6.000 millones, hemos cambiado más los ecosistemas del mundo en los últimos 50 años que en cualquier otro periodo de nuestra búsqueda en pos de alimento, combustible, agua y productos de madera.

Una mayor proporción de tierra fue convertida al uso agrícola desde la II Guerra Mundial que durante los siglos XVIII y XIX combinados. Y esa conversión, agravada por el uso de fertilizantes de nitrógeno sintético, ha dado paso a que entre el 10 y el 30% de las especies de mamíferos, aves y anfibios enfrenten la amenaza de la extinción. En los últimos 50 años hemos perdido el 20% de los arrecifes de coral del mundo (y hay otro 20% seriamente amenazado), así como el 35% del mangle en escala mundial.

El dilema es que una porción considerable del cambio en las tecnologías agrícola, pesquera e industrial ha tenido increíbles beneficios para los seres humanos. Pero, en el proceso, se ha degradado el 60% de los servicios que suministran los ecosistemas del mundo, desde alimento básico, pasando por el manejo de enfermedades, hasta el disfrute estético. Un ejemplo particularmente doloroso, en Nueva Inglaterra y en la costa del Atlántico de Canadá, es el colapso de las reservas pesqueras.

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El informe analiza diversas alternativas para detener la degradación del planeta. Las estrategias más obvias involucran una economía mundial en la cual, cuando se comparte la educación, habilidades, tecnología y recursos, se da origen a una reducción de la pobreza y se ejerce presión sobre ecosistemas locales. La peor alternativa es la denominada “Orden a partir de la Fuerza”, misma que resulta en “un mundo regionalizado y fragmentado, preocupado por la seguridad y la protección, haciendo énfasis principalmente en los mercados regionales, prestando muy poca atención a los bienes públicos, y asumiendo un enfoque reactivo a los problemas del ecosistema”.

Lo anterior describe a Estados Unidos a la perfección.
Nosotros consumimos una cuarta parte de la energía mundial, somos el país que más contribuye con los gases de invernadero al calentamiento mundial, y aprovechamos la agricultura de todo el mundo para tener melocotones frescos, pimientos y bayas los 365 días del año si así lo deseamos. No causa sorpresa, entonces, que la Evaluación Milenio del Ecosistema haya sido publicada hace dos semanas y el presente gobierno no haya dicho una sola palabra con respecto a ella; ese mismo gobierno no necesitó ninguna ciencia sólida con respecto a las armas de destrucción masiva en Iraq.

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La evaluación citada fue copresidida por el científico en jefe del Banco Mundial, Robert Watson. El señor Watson anteriormente fungió como jefe de científicos sobre el ambiente por parte de la NASA y como asesor ambiental durante el gobierno del presidente Bill Clinton.

El Banco Mundial ha estado apareciendo en los noticiarios por otras razones, y el presidente Bush le ha dado tanta importancia que hizo designar como su presidente a Paul Wolfowitz. Será interesante saber, una vez que llegue al poder Wolfowitz al que poco se conoce por su preocupación por las aves, insectos y civiles iraquíes, cuánto más dirán Watson y el Banco Mundial con respecto a cómo nos estamos desempeñando nosotros mismos. Watson habla por 1.360 expertos de 95 países.

Es solo cuestión de tiempo para que escuchemos a Wolfowitz diciendo: “Leí el informe que publicó la burocracia”.

* Periodista de The Boston Globe

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