Entendemos perfectamente que el régimen se sienta complacido de que la oposición no pudiese infligirle un golpe de mayores proporciones. Cualquier régimen tiene derecho a esperar que sus rivales no saquen ventaja de sus errores.
Pero el Gobierno debería tener mucho cuidado en no confundir las cosas: el paro fracasó, pero no porque la población quiteña se sienta complacida con su gestión. Lo que ocurre es que el país atraviesa por una crisis de dirección política que afecta tanto a los partidos oficialistas como a los de la oposición. Ninguno tiene el poder de convocatoria suficiente como para resolver acciones de masas que generen inmediata adhesión. Hace falta hallar previamente el momento justo y las reivindicaciones adecuadas.

El miércoles esas dos condiciones no existieron. Pero hace pocas semanas una multitudinaria marcha en Quito demostró que el descontento existe. Y si bien durante el día la población prefirió no participar en la convocatoria del miércoles, esa misma noche un sector importante de ciudadanos se manifestó con consignas de repudio a la acción gubernamental.

Que el régimen aproveche entonces el respiro que consiguió, pero no para sentirse satisfecho con su gestión sino para emprender las rectificaciones urgentes que hacen falta.