No es fácil preparar este coctel pero tampoco imposible. Empecemos por dirigirnos al empresario guayaquileño, especialmente al joven para inducirlo a reconocer que, si bien su esfuerzo le da el derecho a disfrutar de sus resultados, también se los debe a la ciudad y al medio en que prosperó. Por tanto, tendría gran valor moral y cívico retribuirles de alguna forma los beneficios recibidos.

Con esta visión, lo invito a pensar en la actitud de aquellos que vivieron intensamente el característico civismo guayaquileño y entregaron su dedicación y medios para crear entidades de autodefensa. A lo largo del tiempo forjaron instituciones de beneficio colectivo creadas para vencer el abandono gubernamental, e impulsar la educación, profesiones medias, salud, vialidad, seguridad, etcétera. Esto no debe quedar solo como memoria.

Debe saber que él también es víctima de la mala educación y formación que recibió. Que su propio padre, a su vez damnificado de tal deficiencia, pocos conocimientos sobre nuestra ciudad tuvo para inculcarle. Que alejado de toda participación cívica se mantiene indiferente a los graves problemas que aquejan a nuestra sociedad. Que por desconocimiento de la verdadera historia y tradiciones nuestras, ignora la lucha sostenida hasta hace pocos años por los guayaquileños, para convertirla en el centro económico más importante del país.

Sin embargo, como hombre de negocios, sí sabe que la elevación de nivel cultural conduce al ciudadano a procurarse una mejor vivienda, servicios sanitarios, vestimenta, alimentación, educación para sus hijos, esparcimiento, vacaciones, etcétera. Superación que le exige adquirir mejores artículos y productos que la satisfagan, creando una mayor demanda al mercado. ¿Y esto qué significa? Obviamente la generación de un consumidor importante, activo, que es precisamente lo que necesita el empresario comerciante o industrial, para el progreso y posicionamiento de su negocio.

Al recibir el ciudadano una educación y formación adecuadas y suficientes, la empresa privada, la ciudad, y en general el país dispondrán de un individuo educado, responsable, más eficiente y menos susceptible a la corrupción. Esto no es una idea reciente, nuestra historia está llena de ejemplos y resultados exitosos alcanzados por conciudadanos nuestros. La Sociedad Filantrópica del Guayas, por ejemplo: desde mediados del siglo XIX hasta la fecha, entrega a la sociedad cientos de jóvenes altamente capacitados y formados.

Esta sensibilidad del empresario guayaquileño, pese a la distante Europa y limitaciones de transporte, se anticipó a la demanda de obreros y trabajadores especializados e invirtió en formarlos con tal fin. Cuando llegaron a Guayaquil los efectos de la Revolución Industrial: máquinas a vapor, alumbrado de gas, eléctrico, agua potable, transporte público, comunicaciones, imprenta, etcétera, encontró disponible no solo un trabajador apto sino moralmente bien formado.

Para transformar y revolucionar la educación en la Costa, debemos hacerlo por nosotros mismos; es evidente que a los centralistas no les interesa, pues mientras reconocen no disponer de fondos para la educación, los dilapidan en intrascendencias. Por ello, mediante el esfuerzo colectivo, debemos crear soportes paralelos a la educación oficial. Si queremos un país próspero estamos obligados a no contemplar indolentes el problema, sino a ser parte activa de su solución dando carácter de urgente a la intervención directa de la sociedad civil y los empresarios.