Sin apartarme, muy a despecho mío, de la inveterada costumbre de dedicarle unas letras de reconocimiento a alguien ya fallecido, quiero, sin embargo, en este día conmemorativo a los maestros, evocar a quienes fueron verdaderas forjadoras de juventudes, sacarlas de ese anonimato que la vida ingrata les depara a aquellos que con dilección cumplen a cabalidad la noble tarea de educar; porque lo hicieron sin relumbros ni recurrieron a influencias para obtener merecimientos rimbombantes.

Evoco a tres de ellas: Yolanda Cuesta Alarcón. Parada en la puerta de la escuela y colegio, con su apariencia impecable, enhiesta en su postura y proceder, calados unos lentes en cuyas lunas de potentísimas medidas, sus ojos escudriñadores se replicaban en el espesor del vidrio y que con una sola mirada de ellos nos dejaba de una pieza. “Vamos, levanten los pies, no los arrastren al caminar que no son viejos”, nos decía.

Enseñaba Castellano, Biología, Nutrición. Y su hermana Olga, que aún vive, daba Matemáticas. De sacarse el sombrero ante ambas por la didáctica para impartir sus materias.

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Esperanza de los Ángeles Urueta Faccini. Delgada, enjuta, con una melena ondulada un poco rala; tocaba el piano y dirigía el coro, por consiguiente, nos daba Música y además Dibujo. Pero si se le preguntaba sobre cualquier asignatura o diversos temas, nos los absolvía con una asaz explicación. Una verdadera enciclopedia.

Clemencia de Donoso. Morena, de pelo ensortijado al que recogía en una redecilla, corpulenta, sus labios ondulados daban a veces la impresión de cierto aburrimiento al hablar, que se borraba esporádicamente con una sonrisa ante la ocurrencia de una de nosotras en clase. A su cargo estaban las materias de Historia y Geografía, que las impartía con una magistral exposición y con vehemencia, diría yo, pues recuerdo su emoción hasta el grado de quebrársele la voz cuando nos relató el asesinato del mejor presidente que ha tenido el Ecuador, el general Eloy Alfaro Delgado.

Todas ellas normalistas, todo un apostolado en la profesión magisterial al servicio de los educandos, pues nos transmitieron sin reservas sus conocimientos y nos inculcaron buenos principios y valores que hoy desgraciadamente se van perdiendo.

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Ab. Patricia Vélez
Guayaquil

Con frecuencia se publica en los periódicos la vida de personas que han dado o siguen dando ejemplo de virtudes y tesón por su trabajo, y eso está muy bien, los lectores merecemos  noticias positivas que nos den ánimo en el diario vivir.

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Pero también hay personajes que aún después de muertos siguen siendo buenos ejemplos, como fue el caso de la señorita Bertilda García González, quien falleció hace dos años y tuvo una vida ejemplar de profesora que considero resaltarla hoy 13 de abril, Día del Maestro.

Ella fue mi profesora en la Escuela Fiscal Nº 10 Francisco Campos y realizó una jornada experimental con el grupo de alumnas que tuvimos la suerte de empezar la primaria con ella, y la tuvimos los seis grados. Luego, ella siguió observando a sus pupilas en los diferentes colegios que nos encontrábamos, para ver si había acertado en su metodología.

Soy profesora también en tres universidades, y todavía siento la influencia de quien me inició en mis primeras letras. Realmente Bertilda García González fue una persona ejemplar no solo en la escuela sino en la vida misma; dio muestras de amor al trabajo, abnegación, fue pintora y escultora; en 1997, estando ya con sus años, hizo una exposición de sus cuadros.

Ing. Carmen Terreros de Varela
Guayaquil

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