El mundo entero se mantuvo pendiente de la salud del papa Juan Pablo II, máximo representante de la Iglesia Católica, Romana y Apostólica, que cumplió fielmente su labor espiritual hasta su último suspiro de vida.

En las postrimerías de su muerte, tuvo el valor fortificado por la fe y la esperanza, de bendecir a los fieles apostados en la explanada de la basílica de San Pedro; en plena agonía se llenó de júbilo al conocer que una multitud de jóvenes levantaba plegarias al Todopoderoso por su salud. Y ahora que nos ha dejado un gran legado de enseñanzas, nos corresponde asumir el papel de este gran hombre lleno de humanismo y espiritualidad. Hagámoslo desde nuestros hogares, vecindarios, trabajos, reuniones, gobiernos...

Pido a Dios que perdone a aquel político ecuatoriano, que al parecer no entiende que los designios de nuestro Padre Celestial no están sujetos a la voluntad de nadie. El santo padre Juan Pablo II murió en santa paz en el cumplimiento de su deber, cuando Dios lo dispuso, y no precisamente cuando a un indolente cristiano se le antojó regresar a su país natal.

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Lourdes del Pilar Torres Ricaurte
Guayaquil

Ecuador fue privilegiado con la visita de Juan Pablo II, que le cautivó por la apoteósica espontaneidad de la feligresía ecuatoriana que abarrotó todos los lugares adonde fue, y que ahora -luego que él cumplió fielmente su mandato y ha sido llamado por el Altísimo- unido a todas las naciones en el mundo, está sumergido en inmenso pesar por su partida física.

Justamente ahora, en estos días, nuestra nación está entrando en agonía por la falta, de gobernantes y gobernados,  de aquel sentido nacional y humanitario desplegado por el Pontífice fallecido, para reunir en una sola, a todas las fracciones separadas del fundamental concepto del cristianismo.  ¿Qué nos pasa?
¿Ha perdido la sensatez este pueblo merecedor de un alto destino? El evangelista Mateo, en el capítulo 25 de la Biblia, recuerda la sentencia dictada por Jesús: “Todo país dividido en bandos enemigos se destruye a sí mismo, y así dividido no puede mantenerse”. Fundamental obligación y requerimiento moral y patriótico, de los políticos y dignidades representativas ecuatorianas en esta hora crucial de la historia del Ecuador, es recobrar la cordura, rectificar errores cometidos, y acabar con la inmoralidad reinante; única forma para salvar de la agonía a esta patria, digna de mejor ventura.

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Arturo Sampedro Villafuerte
Guayaquil