Afortunadamente, primó hasta ahora el sentido del deber de los militares que están conscientes de su verdadera función, de tal manera que no han tenido éxito esos llamados a ponerle charreteras a la política.

Pero vivimos momentos de frustración por los escasos logros de nuestra joven democracia. Muchos sectores ciudadanos se ven gravemente afectados por la crisis que se prolonga, y eso podría volverlos sensibles a estos llamados a una intervención militar.

De allí la necesidad de insistir en que la democracia tiene muchos defectos, pero sigue siendo el menos malo de los sistemas políticos.

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Los regímenes militares, desembozados o encubiertos, han traído por lo general sangre, dolor y lágrimas.

La Constitución actual señala con absoluta razón que “la fuerza pública será obediente y no deliberante”; es decir, obedientes del poder civil, como representación de la voluntad popular.

No son las Fuerzas Armadas las que deben marcar el rumbo político de los países, sino los funcionarios elegidos por el pueblo mediante la institución suprema del sufragio universal.