El maestro es cabeza de una cadena sin fin de malformación, irresponsabilidad, deshonestidad; verdadero engranaje de corrupción, salvando a quienes practican un verdadero apostolado educacional. De esto las únicas perdedoras son: nuestra niñez y juventud, especialmente la costeña. El Estado ecuatoriano apuesta al futuro con la ignorancia y juega a la ruleta rusa cultivando esmeradamente la mediocridad y todos los vicios que impúdicamente exhibe cotidianamente. Confabulado con quienes planifican la educación, elaboran con presupuestos millonarios y la más absoluta indolencia e incompetencia los programas educacionales.

El maestro actual, a quien desde sus primeros años de vida el Estado avaro, indolente e indigestado por turnos con un hartazgo de burocracia inoperante, le negó una educación y formación adecuadas, que en la escuela solo le enseñó a memorizar, que lo defraudó en los institutos pedagógicos, llegó vacío a las facultades de Filosofía y emergió nocivo para la sociedad e incapacitado para transmitir hasta la elementalidad de los textos oficiales.

El producto salido de normales y universidades, con las excepciones señaladas, no puede ni debe ser empleado como educador. Pues, un país que imparte una preparación insuficiente y el fraude como materia obligada, no tiene posibilidades de progresar. La juventud, que es actualidad y futuro a la vez, al no recibir una educación de calidad ni la insoslayable formación en valores, cae como primera víctima del Estado inoperante. Y crece huérfana de recursos para sí misma y sin nada que ofrecer a su estrato social ni al país.

Tres generaciones, que arrancan desde la aparición regresiva del populismo en el Ecuador, han bastado para degenerar la educación. La implantación del derecho de “tacha” (mal utilizado por izquierdistas mediocres), conquista estudiantil del mundo civilizado, bastó para eliminar de la educación fiscal y de la Universidad ecuatoriana a los más conspicuos maestros. Desde entonces hasta hoy, campea la mediocridad. De los centros educacionales ha desaparecido la difusión de valores cívicos y morales que embellecen la conducta humana y convierten al individuo en el ciudadano que demanda la patria para su supervivencia. Desde entonces hasta hoy, la ignorancia, la impudicia y la impunidad, cual Medusa tricéfala, campean entronizadas en todos los estratos sociales y administrativos que constituyen el Estado ecuatoriano.

El padre moderno, con ciertas excepciones, que ha recibido la misma educación y formación deficiente, no solo de sus maestros sino de su propio padre, no tiene aptitudes para trabajar en equipo junto a educadores y especialistas que obliga la pedagogía moderna. Son parte del círculo vicioso en que se halla inmersa la educación en general. Padre, hijo y nieto, tres generaciones inmoladas a nombre de una lucha de clases, de supuestas transformaciones sociales, de conquistas gremiales, etcétera, que han crecido carentes de contenidos modernos y de educación en valores cívicos y morales.

No todo tiempo antiguo fue mejor. Pero el que nos tocó vivir a quienes ahora somos bisabuelos, en que nuestros padres y maestros, con su enseñanza y ejemplo, nos educaron, formaron y forjaron, fue infinitamente superior al que hoy nos destruye como sociedad. Esto no quiere decir que no existieron yerros ni corrupción, claro que no. Pero no de tal impudicia como la que nos desafía y priva de ciudadanos aptos.