En la avenida principal se vende toda clase de  artículos, pero la basura y la bulla generan problemas. 

La avenida Rodolfo Baquerizo Nazur, que toca las esquinas de nueve etapas de la ciudadela Alborada, tiene su ritmo propio. Desde las 08h00, el sonido de puertas enrollables que se abren marca el inicio de la agitación diaria en un barrio que dejó de serlo para convertirse en un sector comercial completo y concurrido.

Cuando la Alborada empezó a construirse, en 1973, la clase media fue su principal objetivo de venta. Desde entonces, más de 15.000 familias han escogido este sector para vivir. “El eslogan era no compres la casa de tus sueños sino la que puedes pagar”, relata Pablo Baquerizo Nazur, miembro de la inmobiliaria Guayaquil, que construyó la ciudadela.

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Muchos, como Guadalupe Álava, de 67 años, quien se lamenta un poco de ello después de más de 30 años, reniegan de la evolución de este sector. De las grandes franquicias y almacenes que se tomaron la vía principal.

Ella cuenta que compró una casa en la cuarta etapa de la Alborada cuando las ofrecían con 12.000 sucres de entrada. “Era bastante económica y mi esposo y yo la compramos”. Ahora, vive con su hija, en el sur, “porque es terrible la bulla y la delincuencia”.

En la etapa donde residía, detrás del ruido de la ajetreada intersección de las calles José Ma. Egas y Rodolfo Baquerizo, donde están la iglesia y el supermercado; hay peluquerías (veinte en una sola calle), ventas de comida, almacenes, escuelas, bares, cines, un hotel y bancos.

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Sobre la misma vía, detrás del gran corredor comercial que abarca tres kilómetros, las villas son más amplias que en otras etapas (ocupan el espacio de dos solares) pero los dueños, en más de siete casos consultados no viven en ellas sino que las arriendan.

Sin embargo, hay quienes disfrutan de esas luces que nunca se apagan en la Alborada. De las promociones que se anuncian a gritos, de los pitos de los buses y la mezcla de olores a comida.

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Carlos Barreiro, de 23 años, trabaja en la agencia de correos y le encanta este ambiente: “No te aburres, no tienes que ir al centro porque todo está más cerca y a la mano. Durante el día puedes encontrar lo que se te ocurra y de noche puedes ir a un bar, al cine o a comer”.

Además del ruido, las quejas de quienes viven entre el comercio imparable de la Alborada es la acumulación de basura, sobre todo en los locales de comida, y el sistema de alcantarillado, pues el sector industrial de la cercana avenida Juan Tanca Marengo conectó sus redes a las de este barrio, creando inundaciones durante el drenaje de aguas lluvias.

En el casco comercial de la Alborada convergen rasgos del típico Guayaquil. El hombre que vende correas para perros frente a Mi Comisariato –y que viene a diario desde la Cdla. Martha de Roldós– o la mujer que cocina maduro asado frente a la iglesia y que disputa un espacio con otros que ofrecen discos piratas, libros, aretes y ropa  afuera de un banco en el centro comercial Plaza Mayor.

“La Alborada es la capital de la clase media del Ecuador.
De la clase que sostiene el país, la que trabaja y paga impuestos”, afirma Baquerizo Nazur.

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Según sus palabras, le resulta doloroso “ver la bulla, la suciedad” que inunda una de las obras por las que más orgullo siente y a la que define como una ciudad paralela a Guayaquil. Luego dice con soltura: “Vivo en la Alborada (allí está su oficina) pero duermo en Urdesa porque en la Alborada no podría dormir”.

Historia

Antes era hacienda
Guillermo Pareja poseía una hacienda donde hoy es La Alborada. Preocupado porque sus tierras podían ser invadidas, quería crear un sitio de interés  habitacional. Galo García y Salim Hernández, dueños de áreas aledañas hicieron lo mismo.

Catorce etapas
Pablo y Rodolfo Baquerizo Nazur, Alfredo Mancheno, Raymond Raad, y José Juez Arboleda, del Grupo Guayaquil, empezaron a construirlas en 1973. Las últimas etapas, las decimotercera y decimocuarta, se terminaron a fines de la década de los 80.

A 130.000 sucres
Para tener una casa en La Alborada había que dar 12.000 sucres de entrada. Las viviendas costaban alrededor de  130.000 sucres. Las construía el  Consorcio Promotor de Viviendas de Interés Social, y se financiaban a través de mutualistas, el IESS  y  créditos hipotecarios.

Primeros negocios
Plaza Mayor tiene 18 años en La Alborada. El primero que puso un negocio en este sector fue Johnny Czarninsky (Importadora El Rosado). “Él no quería pero lo convenció Raymond Raad. Tres años después estaba muy sorprendido con las ventas”, relató Pablo Baquerizo Nazur.

El nombre
Toya Vivar, la esposa de Pablo Baquerizo, propuso el nombre de La Alborada para la nueva ciudadela. “Yo me opuse porque se podía confundir con albarrada, pero ella decía que alborada es un amanecer y esta ciudadela era una nueva luz para la clase media”, dijo Baquerizo.