Quizás el presidente George W. Bush debería pasar menos tiempo predicando acerca de la difusión de la democracia en el mundo para que emplease más tiempo en preocuparse por el deterioro de nuestra democracia.

¡Oh!, Dios mío, realmente hemos caído en una teocracia! ¿Acaso los republicanos se han obsesionado por mantener el control sobre todas las ramas del gobierno, y acaso los demócratas han quedado tan impotentes al no tener ningún poder, que están dispuestos a convertir a la nación en una subsidiaria de la Iglesia?

Mientras más parlotean acerca de “fe” los activistas dogmáticos, los políticos que se perpetúan en el poder y los medios de comunicación obsesionados por ganar audiencia, menos honramos el credo de que la relación de una persona con Dios debería mantenerse como un asunto privado.

Mientras que en Iraq la Casa Blanca maniobra con desesperación para impedir que el nuevo gobierno sea dirigido por fundamentalistas religiosos, al mismo tiempo acá en Estados Unidos alcahuetea desesperadamente a los fundamentalistas religiosos que quieren decidir cómo debería comportarse el gobierno estadounidense.

Quizás el presidente George W. Bush debería pasar menos tiempo predicando acerca de la difusión de la democracia en el mundo para que emplease más tiempo en preocuparse por el deterioro de nuestra democracia.

En palabras de Christopher Shays, uno de cinco republicanos en la Cámara Baja que votó en contra de la iniciativa de ley que permitió que el caso de Terri Schiavo fuese arrebatado de la jurisdicción del estado de Florida y desplazado ante una Corte federal: “Este Partido Republicano de Lincoln se ha convertido en un partido teócrata. Esta votación va a tener repercusiones”.

Un sondeo de la CBS News encontró que el 82% de la opinión pública se oponía a que el Congreso y el Presidente de Estados Unidos intervinieran en el caso; el 74% pensaba que todo está relacionado con la política.

El Presidente, que no pudo ser arrastrado al extranjero para que dialogue sobre las más de cien mil personas que murieron en el horrendo tsunami, estaba dispuesto a que lo arrastren de la cama para firmar una iniciativa de ley acerca de una mujer sobre la cual ya todo estaba dicho.

La escena en el Capitolio la semana pasada pareció sacada de una película macabra con Tom DeLay (líder de la mayoría republicana en la Cámara de Representantes) y Bill Frist (líder de la mayoría en el Senado) apuntalando entre sí a esta pobre mujer en estado vegetativo para complacer sus agendas políticas. DeLay, el ícono del abuso ético, deseaba demostrar que sigue siendo uno de los favoritos de los conservadores. Frist, por su parte, cree que puede sacar lo mejor de Jeb Bush (gobernador de la Florida) para que se convierta en el 44º presidente de Estados Unidos.

Como sugirió un molesto lector del New York Times en un correo electrónico: “Los estadounidenses deberían escribirle a Bill Frist: ‘Querido Dr. Frist: Por favor, estudie el video adjunto y díganos si ese lunar en la mejilla de mi madre es cancerígeno. ¿Necesita cirugía?’”.

Jeb, metido en la contienda presidencial del 2008, trató en vano de hacer que Florida declarara a Schiavo dependiente de su Estado.

Los republicanos abandonan con facilidad sus amados principios sobre el individuo y los derechos de los estados cuando sus ambiciones personales están en juego. La primera vez que secuestraron un caso de una Corte estatal para transferirlo a una Corte federal, fue el caso Bush vs. Gore en la Florida. Esta vez, es Bush versus la Constitución.

A medida que explota esta triste historia, DeLay ha votado a favor de quitarle 15.000 millones de dólares al programa de salud Medicaid, negándole ese dinero al cuidado de gente pobre que vive en residencias de la tercera edad, donde algunos ancianos sobreviven gracias a que son alimentados mediante tubos.

En una conferencia ante el Consejo de Investigación Familiar, grupo de conservadores cristianos, DeLay dejó en claro lo que se juega en este asunto. Dijo que Dios había traído la lucha de Terri Schiavo “para que ayudase a mostrar lo que está ocurriendo en Estados Unidos”, refiriéndose con eso a los “ataques contra el movimiento conservador, contra  mí y contra muchos otros”.

Así que no se trata de la crisis de Schiavo en lo más mínimo. Se trata de su propia crisis.

© The New York Times News Service.