Dolores y angustias de artistas coinciden en la demostración de la ausencia de vigorosa política nacional de seguro social para ellos.

Lo demuestran dos recientes casos. Uno, la espléndida muestra pictórica de Jorge Luis Yllescas en Salinas, en conjunto con el ATP Challenger.

El otro, la invitación que la Unesco ha hecho a Manuel Velasteguí para que exponga sus esculturas en la sede de París.

Yllescas –guayaquileño como Velasteguí–, enfrenta con heroísmo la pérdida de la capacidad visual del ojo derecho.

No hay seguro social que alivie el mal de una trombosis de la rama venosa del ojo con neovascularización retinal y hemorragia interna.

El amo propio del artista y su fuerte carácter le hacen enfrentar con dignidad un riesgo de quedar ciego.

Enceguecer sería la negación de su ser en un trabajador que hace arte visual.

Y es a pulso personal que lleva los costos de intervenciones con láser y más terapias exigentes.

Su muestra pictórica en Salinas titulada Silueta Solar fue una eclosión de luminosidad cósmica asombrosa. Natural para quienes conocen la línea de libérrimas formas que es propia del autor. Ese es su estelar lenguaje surrealista.

Y es un distintivo original del color y la luz triunfantes a pesar de la grave limitación visual.

Ante casos como este de un trabajador de la cultura sin el amparo del seguro elemental, importa bastante trazar los esquemas básicos de garantías asistentes de artistas que enferman. O caen en limitaciones dolorosas de su actividad sustantiva, con restricción de su trabajo.

En el caso de Manuel Velasteguí, las dificultades crecen porque no hay recursos en las instituciones de cultura que permitan cubrir los costos del traslado por vía aérea de las esculturas hasta París.

Más factible es ir con telas artísticas de un continente a otro, que hacerlo con pétreas esculturas.

Tal como ha sucedido en sus idas a Estados Unidos de América y a Italia, Velasteguí tiene que multiplicar ingenio, recursos de canje, endeudamientos, con tal de responder a la oportunidad que la Unesco brinda en reconocimiento a un trabajo de altos méritos.

En la sede francesa, en sus espacios formidables y estimulantes, los escultores ecuatorianos que han expuesto otrora, honrosamente invitados, han sido Yela de Klein y Estuardo Maldonado.

También enfrentaron las durezas del desafío que, ahora, queda en manos de Manuel Velasteguí. ¿El futuro, para los nuevos, será mejor o similar?