El músico está en Guayaquil para elaborar instrumentos que servirán para el concierto El canto de la guadua, que se realizará desde el 13 hasta el 26 de junio. El espectáculo que se realizará en un teatro ecológico,  tiene una inversión de $ 250.000.

El campo de Bolivia se convirtió en el primer escenario del maestro boliviano Constantino Tarqui, de 40 años. Allí nació y allí –aunque a escondidas– empezó a tocar sus primeros instrumentos, como el charango y la flauta.

Practicaba sin que sus padres se enteraran, porque a ellos no les gustaba que se dedicara a la música. Pero lo hizo y sin maestros.
Se compró un libro de notas y aprendió solo. Y solo formó su camino.  

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Tarqui lleva  veinte años en este mundo musical y dirige la agrupación peruana  Arpay. Él ahora se encuentra en Guayaquil para elaborar instrumentos de caña guadua, como flautas, quenas, saxos de bambú, oboes, zampoñas, entre otros. Todos de viento, vientos étnicos –cuenta el maestro– de aquellos que usaban nuestros aborígenes.

Estos (instrumentos) formarán parte del concierto ecológico ‘El canto de la guadua’, que se realizará desde el 13 hasta el 26 de junio, en el teatro ecológico Oikos, estructura que se construye en la Plaza de Artes y Oficios (ex Centro Cívico).

El maestro tiene una característica especial: tal cual como un sastre cose un pantalón a la medida de la persona, él elabora los instrumentos a la medida del músico: haciendo pruebas, sobre todo, con la fuerza del soplido.

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Vestido con un delantal blanco, Tarqui talla la caña guadua en su taller ubicado en el suroeste de la ciudad. Lija los instrumentos con fuerza y les da forma.

Un saxo de bambú representa una de sus obras, al que con sus manos –y con mucho tino– logra hacerle las perforaciones. Otra que se encuentra a la cola de ser tallada es una quena. Y para romper esquemas, el maestro ha creado una marimba gigante al que la ha bautizado como ‘marimbaguayas’.  En total son 30 instrumentos que debe hacer para el evento organizado por Ecomusic y que tiene una inversión de 250.000 dólares.

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Pero esta habilidad a Constantino le llevó años lograrla. A los 15 emigró del campo a la ciudad para terminar los estudios secundarios y en busca de un sueño: convertirse en un maestro musical.

Para ganarse la vida, trabajaba de día en la construcción y estudiaba durante la noche. En la Capital intentó elaborar su primer instrumento de viento: una quena. Demoró cinco años en hacerla hasta que “quedó perfecta”.

Luego abandonó su país natal y se radicó en Perú, donde se desarrolló profesionalmente. Allí aprendió porque, por ejemplo, el calibre del instrumento varía mucho. “Hasta que entendí, practicando una y otra vez, que el factor temperatura y humedad influye mucho”. Aprendió matemáticas y física para calibrar bien los trastes de una guitarra.  Es otro asunto muy complejo –dice– porque hay que hacer cálculos para que estos resaltos de metal suenen bien.

Así, Constantino fue tejiendo su sueño. Cosechando todo lo aprendido hasta que formó su grupo y hace seis años instaló su negocio para hacer instrumentos, en Perú.

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Él y su agrupación han viajado por  América y Europa. Le falta recorrer Asia, África y Oceanía.  Su misión es tocar música, la música de su tierra. La música folclórica. Y avanzar. Seguir investigando, porque su filosofía es “que siempre se aprende algo”. Y  siempre hay que estar dispuesto a mejorar.