En Miércoles de Ceniza y Viernes Santo se reduce para muchos la Cuaresma. Esta reducción proyecta una falsa imagen de fe cristiana, la de muerte y resignación pasiva. Escribo desde la fe.
La fe cristiana cree en el que venció la muerte. Pablo señala la unión inseparable entre la pasión, muerte, resurrección y ascensión a los cielos (Romanos. 4,25) y subraya la importancia salvífica de la resurrección: “Si Cristo no resucitó, es vana nuestra fe y seguimos en pecado” (1 Corintios. 15, 17) Jesús asume en su yo de Hijo de Dios la humanidad de todos los pueblos y de todos los tiempos, torcida por el egoísmo del pecado; humanidad que, para ser enderezada, requiere ella, no el herrero, los golpes en el yunque del dolor y de la muerte.

En el capítulo 11 del Evangelio, Juan nos cuenta la resurrección de Lázaro. Los escritores sagrados nos relatan la resurrección de Jesús. Se impone una pregunta: ¿Se trata de un fenómeno igual o similar? Lázaro retoma el curso de su misma vida humana, sometida a los condicionamientos de espacio y tiempo, sometida a las mismas leyes biológicas y fisiológicas anteriores; librado solo transitoriamente de la muerte.

La vida de Jesús resucitado no tiene limitaciones. Jesús resucitado se presenta, sin abrir las puertas, en el lugar en el que los apóstoles se hallan encerrados, por miedo a los judíos. La resurrección de Jesús es victoria sobre la muerte, es la participación plena, también en su humanidad, de la vida de Dios. Dios es Dios de vivos, no de muertos.

La victoria sobre la suprema expresión del egoísmo, la muerte, (1 Corintios. 15, 55-57) es la demostración del poder de Dios: “Dios lo resucitó” (Hechos. 4,10).

La acción de Dios en la resurrección de Jesús es entendida como un hecho histórico-salvífico; es un hecho sobrenatural enraizado en nuestra historia, expresado en el sepulcro vacío y en las apariciones. La resurrección de Jesús es la intervención suprema de Dios, que es vida, en la historia humana. Jesucristo es desde siempre Hijo de Dios; resucitado, es constituido el primogénito de entre los muertos. (Colosenses 1,18). La resurrección de Jesús es un hecho que atañe en Jesús a todos. En Jesús se ha iniciado la resurrección de los muertos.

Por el Bautismo fuimos injertados en Cristo, como ramas en el tronco; gracias a esa inserción, por el tronco y las ramas circula la misma savia de hijos de Dios; esta savia, circulando en Pedro, Rosa, Juan, los transforma y une desde lo más hondo.

Nadie puede merecer esta savia; pues la vida del Hijo de Dios hecho Hombre es un don tan gratuito que, por eso mismo, se llama gracia. En el Bautismo recibimos la vida divina, como las ramas reciben la savia: nos viene del tronco vivo que es Cristo y a Él nos une. Al ser injertados en Cristo, morimos al pecado, o sea, al egoísmo y resucitamos con Él a una vida nueva, en la que, desaparecido el egoísmo, no hay llanto ni dolor.