Cerca de trescientos devotos se hallaban en la iglesia del Cristo del Consuelo desde las 22h00 del jueves, para seguir la vigilia eucarística y la procesión.

En la iglesia del Cristo del Consuelo, de Lizardo García y la A, las 02h00 parecen las 19h00, por el agitamiento general que causa en los fieles la cercanía de la procesión. Están atentos a cualquier noticia relacionada con la imagen.

Es la madrugada del Viernes Santo, y dentro del templo las circunstancias parecen recrear inintencionalmente lo sucedido hace más de dos mil años, luego de que Jesús fue aprehendido: los seguidores de Jesús pasan la noche en vela, pendientes de unas rejas que no se abren para dejar salir al Cristo del Consuelo.

Pero, en este caso, las rejas no son en Jerusalén. Pertenecen a la sacristía de la iglesia, en cuyo interior está la imagen de Jesús crucificado, cubierta por un lienzo blanco.

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La vigilia para meditar la pasión y muerte de Jesucristo empezó a las 22h00 del jueves y, cuatro horas después, los puestos de venta de artículos religiosos apostados en el portal continúan en pie, así como algunos quioscos de comida.

En el patio del templo, dos carrozas llenas de claveles, rosas, girasoles y tulipanes son el altar improvisado de decenas de hombres y mujeres que susurran oraciones. 

Dispersos, entre los recoveco oscuros, se han acomodado quienes quieren dormir. En los asientos, en el piso, en cualquier catre, el sueño vence a muchos a las 02h45. Pero Félix Valarezo logra despertar a todos anunciando por un megáfono que el Vía Crucis está por empezar.

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Él es uno de los cuarenta miembros de los Caballeros de Cristo del Consuelo.
Dice que se hacen dos Vía Crucis en el patio de la iglesia durante la vigilia “para mantener despierta a la gente”. A las 03h00, cuando el olor de las flores se toma la madrugada, los que estaban dispersos y dormidos se unen para formar un grupo de treinta personas que entona Pescador de hombres.

Llueve despacio mientras se termina el Vía Crucis a las 04h20, y quienes están afuera se agrupan cerca de la sacristía. Entre ellos está Mariano Vélez, quien se acerca con una funda negra entre sus manos y una sonrisa en sus labios.

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Trae algodones, velas, imágenes del Cristo y fotografías. Mientras se escucha la canción Sobreviviendo, de Víctor Heredia, Mariano cuenta con entusiasmo que los algodones son para su esposa: “Es que fue operada recién y se los paso al Cristo por el cuerpo y luego se los pongo en la herida a mi mujer. Ella se va a sanar por la fe.  Cuando uno lo toca, sientes que te limpia, que te saca lo malo”.

Desde el púlpito se escucha un padrenuestro que tiene eco en la sacristía, pues la gente lo recita con los ojos cerrados y las manos entrelazadas. Se ha terminado el programa previsto para la vigilia a las 05h00. La angustia por saber cuándo pondrán al Cristo del Consuelo en la carroza aumenta, al igual que el flujo de la lluvia.  Dentro del templo  huele a pan recién hecho.

El padre Arnoldo Ospina destapa el Cristo ante los ojos ávidos de decenas de personas. Solo cinco podrán clavarlo a la cruz. Los otros deberán pelear un espacio para tocarle la cara, los pies, la herida del costado. Suena Mercedes Sosa y Solo le pido a Dios, cuando seis hombres levantan la imagen por encima de la gente que forcejea para tocarla y logran llevarla a la carroza del patio, empapándose las ropas por completo.

Sigue lloviendo a las 05h30, cuando miembros de la Comisión de Tránsito del Guayas y del Grupo de Operaciones Especiales (GOE) de la Policía se cobijan bajo el portal de la iglesia. Quienes logran agarrarse de la carroza se resisten a moverse de allí.

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Finalmente, el Cristo se coloca en la mitad de la calle. Rosas rojas coronan la cruz y flores amarillas quedan bajo sus pies. Se cae un pétalo de los que rodean a Jesús y Martha Saltos lo guarda: “Todo lo que tenga contacto con el Cristo del Consuelo está bendito”.