Cuatro mil creyentes aproximadamente participaron del Vía Crucis de la iglesia Nuestra Señora de la Alborada, que recorrió ciudadelas del norte de la ciudad.

Treinta minutos antes de la hora prevista para la procesión, una plancha de paraguas multicolores empezaba a desplazarse por el carril derecho de la avenida Rodolfo Baquerizo Nazur, a la altura de la calle Benjamín Carrión.

La prolongada lluvia de la mañana, que amenazaba con volverse intensa, hizo que los quince Caballeros del Cristo de la Alborada adelantaran la procesión a las 07h30.

Ellos debían coordinar el recorrido y las paradas en cada una de las catorce estaciones del Vía Crucis, que este año unió en una sola caminata a las parroquias Nuestra Señora de la Alborada, María Rosa Mística, Czestochowa, San Miguel Arcángel y San Juan Apóstol.

Publicidad

Con la imagen sobre sus hombros, presidida por la Virgen de Nuestra Señora de la Alborada y 18 acólitos con velas, los Caballeros llegaron –entre cánticos– hasta la primera estación: Jesús condenado a muerte. Eran las 07h50.

Allí empezó el acto de peregrinación de los aproximadamente 4.000 católicos que participaron de la procesión con padres nuestros y avemarías rezados al unísono, con penitencias confidenciales y plegarias hechas de rodillas.

Venían –en su mayoría– de la Alborada, Sauces, Guayacanes siguiendo los Misterios Dolorosos del Viernes Santo, apretando un rosario o un crucifijo entre las manos.

Publicidad

Hilda Mejía, una guayaquileña de 64 años, cabellos grises y piel morena, trajo a la procesión el Cristo que ubica al pie de su cama, “para acompañarlo en su agonía y para que perdone los pecados”.

Es una manera de renovar su fe en Dios y pedirle ayuda para que sus hijos tengan trabajo.

Publicidad

El mismo motivo mueve cada año a Olga Herrera a cumplir penitencias en cualquier procesión de la ciudad. El año pasado la hizo con el Cristo del Consuelo y este decidió hacerla con la Virgen de Nuestra Señora de la Alborada, porque es la patrona del sector donde reside su hija mayor.

Vino desde la segunda etapa de El Recreo, en Durán, para cargar sobre su hombro izquierdo la imagen, junto a otras 16 mujeres que pedían un turno, entre estación y estación, para llevarla.

El peso no fue un obstáculo para sus 75 años, su espalda encorvada y caminar pausado. Resistió firme porque, según sus palabras, la fe en Dios la ha salvado más de una vez de las dificultades. “Tenía una vena que se hinchaba y me hacía doler el brazo, cargué a la Virgen y me compuse. Una vez en la procesión de la iglesia de San Vicente estaba que me arrastraba para caminar, llegué allí y se me pasó todo”.

No es la única. Adriana Ubilla, de 18 años, se animó por primera vez a cargar el altar de la Virgen durante el Vía Crucis. Con algo de dificultad, pero convencida de su esfuerzo la llevó desde la estación IX a la X, ubicadas a lo largo de la Av. Gabriel Roldós, en el sector de Sauces 7.

Publicidad

Lo hizo para agradecerle porque –asegura– ha sido un año de alegrías y triunfos en su familia. Eran las 11h20.

Habían transcurrido tres horas cuarenta minutos de caminata. El asfalto ardía por la humedad que dejó la lluvia y por los intensos rayos del sol que ya empezaban a afectar a ancianos y niños.

El recorrido se volvió lento, pero mantuvo el ánimo para orar por la paz del mundo y la salud del Papa. Incluso, para ponerse de rodillas y rezar un Padre Nuestro en la estación XII, cuando –luego de la agonía– Jesús muere en la cruz.

A las 12h00, entre gritos  de ¡Viva Jesucristo resucitado!, la imagen llegó de vuelta a la iglesia. En el patio, el padre Máximo Otero, quien junto a los sacerdotes José Manuel Delgado y Yair Rodríguez dirigió la procesión, pronunció la últimas alabanzas y bendijo a los asistentes.

Luis Andrade, caballero de María Rosa Mística, salió satisfecho, pese al cansancio que reflejaba su rostro luego de cargar durante una hora la imagen: “Es una renovación. Más pesa la cruz de la vida”.