Las madres de los jóvenes viven en la pobreza y afrontan las deudas por el viaje que superan los 23 mil dólares.

Un grupo de aproximadamente 30 jóvenes de entre 17 y 22 años de edad, de las parroquias Checa y Octavio Cordero,  al noroccidente de Cuenca, salieron de sus casas el pasado 3 de diciembre de 2004 con rumbo a EE.UU.  Pero el 15 de diciembre, un oleaje cerca de El Salvador provocó que la lancha en la que se trasladaba un grupo de ellos naufragara, solo 18 se salvaron, tres cuerpos fueron encontrados y otros  continúan desaparecidos.

Sus familias, endeudadas y desconsoladas, no cesan en la búsqueda y el rescate de los cuerpos.

Publicidad

Édgar Fernando Pambi Jara, de 22 años, nativo de Octavio Cordero, pereció en el intento; un escapulario con la imagen de la Virgen y Cristo, sirvió para identificarlo. “Algún día reconocerás a tu hijo por su fe y este escapulario me protegerá como tus oraciones”, le dijo a su madre, María Jara, antes de emigrar por primera vez a EE.UU. en el 2001.

Édgar vivió en ese país hasta el 2003, un compañero de trabajo lo denunció a Migración por no contar con papeles regulares para su permanencia y fue deportado.

Casi un año estuvo en su casa, pero los continuos problemas de alcoholismo de su padre le obligaron a pensar en un nuevo viaje, comenta la madre, mientras seca sus ojos llenos lágrimas con un arrugado pañuelo.

Publicidad

La mujer recuerda que cuando su hijo estuvo en Estados Unidos adquirió un vehículo y un departamento amoblado, que lo compartía con otros dos compatriotas. “Se fue también con la idea de vender los electrodomésticos para terminar de pagar la primera deuda adquirida para el viaje en el 2001”, expresa.

La deuda de ese entonces ascendió a los 20 mil dólares,  cantidad que Édgar pagó al coyote por el viaje, de los cuales aún están pendientes 3 mil dólares, a los que se suman los 10 mil dólares pedidos para el último viaje, que le costó la vida.
“Hasta el momento se pagó 8.000 dólares de intereses por la primera letra, pero nunca recibió constancia de esto”, dice la madre.

Publicidad

Tiene un juicio en su contra y un abogado consiguió la enajenación de sus bienes, con eso no puede vender ni siquiera parte de sus tierras y teme que al final del juicio pierda todo lo que tiene.

María Jara tiene 50 años, es costurera y los ingresos que obtiene no le alcanza para ayudar a terminar los estudios de sus cuatro hijas: Eugenia, de 20 años; Mónica, de 16; Beatriz, de 15; y Liliana, de 14.

Solo Mónica trabaja en las mañanas y con los 5 dólares diarios que le pagan como empleada doméstica ayuda en los gastos a su madre.

La desconsolada mujer recuerda que Édgar, su primer hijo y único varón, se graduó como bachiller en Contabilidad en el colegio Febres Cordero de Cuenca, pero al no encontrar trabajo ayudaba a su padre en el taller de carpintería y mecánica industrial, luego se empleó como aserrador y terminó en la  albañilería.

Publicidad

“Desde la dolarización los trabajos cayeron y no pagaban lo justo, por eso emigró para desde allá ayudarnos a todos”, expresa afligida la madre.

Dolor en otra familia
Una rosa roja impregnada en el antebrazo derecho, un ancla en el izquierdo y otros símbolos tatuados en las piernas permitieron identificar a Carlos Chasipanta Llangarí, quien iba a cumplir 19 años el 1 de febrero pasado.

Oriundo del barrio Santa Marianita, en la parroquia Checa, Chasipanta vivía con su madre, María Llangarí, de 38 años y sus hermanos: Sandra, Claudio, Luis Miguel y el último, Marco Vinicio, de 5 años; y durante los últimos meses del año anterior con su padre, Roberto, quien retornó de los EE.UU. luego de trabajar varios años.

La familia se dedicaba al cuidado de ganado vacuno, los recursos económicos que esto generaba servían para los gastos de alimentación y educación. Con las remesas que enviaba el padre construyeron la casa, compraron otras dos y dos motos.

Carlos no terminó sus estudios secundarios. Cuando había trabajo se empleaba en construcción, en donde le pagaban entre 5 y 10 dólares diarios. “Él no quería vivir así y decidió irse, los mismos coyotes le presionaban, por eso pidió el dinero, comenta su madre, mientras alimenta a dos  chanchos pequeños.

En medio del lodo, María continúa alimentando los animales, con la idea de venderlos para reunir los 3.000 dólares que necesita para repatriar el cuerpo de su hijo.

La vida golpeó duro a María. Días después de conocer la muerte de Carlos, su hijo Luis  Miguel, de 10 años, murió en un accidente.

Trata de sobreponerse. Sonríe, pero el dolor es más fuerte y se ahoga en el llanto. No quiere hablar de las personas que transportaron a su hijo, solo pide que las autoridades agilicen los trámites para regresar el cadáver y darle cristiana sepultura.