¡Pobre Carl Orff! Si los herederos de este compositor alemán vieran televisión ecuatoriana (tormento que no les deseo) estarían podridos de escuchar la música de su predecesor utilizada como comodín por productores de poca imaginación y limitadísimos recursos. Bueno, eso de “la música de su predecesor” es un decir:
apenas unos compases. Dos, para ser exactos. Los dos primeros de su oratorio escénico ‘Carmina Burana’, con su trepidante invocación a la diosa Fortuna: “Oh Fortuna, velut luna”.

La televisión ecuatoriana relaciona esos compases con todo lo que tenga que ver con el diablo o los poderes de ultratumba, de la misma manera como relaciona el Ave María, de Schubert, con todo lo que tenga que ver con Dios o con el Papa.
Pero no solo eso. El ritmo del Oh Fortuna es el subterfugio universal del suspenso y la malicia, de suerte que cada vez que alguien quiere dárselas de terrible en nuestra televisión, desde Abdalá Bucaram hasta Luis Tipán, chismógrafo de Mariela, pasando por el licenciado Dupleint y los escatológicos chicos del en buena hora desaparecido ‘Comando TNT-, no se les ocurre mejor idea que recurrir a ellos.

Esta semana, el programa ‘Este lunes’, con Jorge Ortiz, se preguntaba: “¿qué cosas sería usted capaz de hacer por su equipo de fútbol?”: “Oh Fortuna". Hace unos meses, en ese mismo espacio, se hablaba del papel de los Estados Unidos en el mundo, la Guerra del Golfo y el equilibrio unipolar: “Oh Fortuna". TC informaba sobre el juicio a Saddam Hussein: “Oh Fortuna”. Y sobre el linchamiento de un delincuente a manos de una turba enardecida: “Oh Fortuna”.

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¿Crisis bancaria en Ecuavisa? “Oh Fortuna”.

¿Sedal Fashion Show en Telerama? “Oh Fortuna”.

No hay otra. Orff debe estar revolcándose en la tumba. Su ‘Carmina Burana’ trata sobre el amor, el vino, la primavera y la alegría de vivir. Si por lo menos se tomaran la molestia de oír el resto del disco.