Hace ya bastante tiempo me convencí de que el mayor problema de la humanidad no radica en que tres cuartos de la población mundial estén excluidos del confort del Primer Mundo. La verdadera tragedia consiste en el modelo mismo de sociedad que nos propone el Primer Mundo: gigantescas concentraciones urbanas alimentadas por combustibles fósiles, donde se privilegia la satisfacción anárquica de necesidades individuales, y donde todas las decisiones importantes se delegan a una clase política cada vez más alejada de la población.

Es ese modelo el responsable de la contaminación ambiental, del calentamiento global del planeta, de las guerras por petróleo, de la anarquía social, de la desigualdad económica y del terrorismo.

Traigo todo esto a colación porque la semana pasada conversé de algunos de estos temas en Madrid con Eduardo Romero Palazón, Director de Tecnología de Repsol-YPF, la empresa petrolera española, aprovechando una invitación de la Embajada española y de la Fundación Carolina.

Romero Palazón quería hablarnos a un grupo de periodistas de unos plásticos especiales que su empresa ha diseñado, que cubren en la actualidad casi todos los cultivos de Andalucía, y que filtran ciertos componentes de la luz solar, consiguiendo rendimientos espectaculares.

Pero yo estaba interesado en el asunto de los combustibles fósiles, así que aguardé a que sorbiese de su taza de café para preguntarle cuánto tiempo más Repsol-YPF prevé que seguiremos dependiendo del petróleo.

Su respuesta me dejó con la boca abierta: “Nuestros nietos alcanzarán a conocer los coches movidos con gasolina, pero los hijos de nuestros nietos manejarán solo coches con hidrógeno. La Unión Europea se está preparando para que el hidrógeno reemplace al petróleo como combustible dentro de 35 años. En quince años más existirán líneas de buses en Berlín o París movidos con hidrógeno”.

Seguramente reparó en mi escepticismo, porque agregó enseguida que los norteamericanos están divididos sobre este punto, pero que apuestan en general a plazos aun más cortos.

De regreso al hotel, en uno de esos embotellamientos que se producen a diario en el centro de Madrid, mientras admiraba la plaza de la Cibeles por la ventana del autobús (movido a gasolina), pensé que si Repsol-YPF está en lo cierto, quizás deberíamos ser optimistas. A lo mejor estamos al borde de un gran cambio social. Quizás el Primer Mundo está a punto de abandonar el petróleo. En ese caso el equilibrio ecológico del planeta se habrá salvado y los marines norteamericanos no volverán a invadir ninguna nación en busca de petróleo caro.

Pero ocurre que la estabilidad económica de países como Ecuador depende precisamente del petróleo, y sucede también que nuestros políticos, cada vez más alejados de la población, no tienen ni idea de estos asuntos. Ellos saben pelear diez puestos más en la nueva Corte Suprema o cinco vocalías menos en los tribunales electorales. El resto no les interesa, se trate de plásticos que mejoran los cultivos o de combustibles que no contaminan.

Ser optimista, con esa clase de dirigentes, es una tarea demasiado difícil para mí, lo confieso.