En asuntos tan delicados como la importación de productos agrícolas y avícolas o ropa usada, no quieren dar su brazo a torcer y plantean una apertura total e inmediata, lo que acarrearía consecuencias graves para los sectores agrícola y textil.

El libre comercio debe beneficiar al consumidor ecuatoriano al ofrecerle productos de mejor calidad y menor precio, pero ese beneficio se perdería completamente si a cambio se nos exigiese la destrucción de fuentes de trabajo nacionales. Habrá más productos disponibles, pero menos consumidores para disfrutarlos.

Ninguna nación en la historia se abrió al libre comercio sin pausas, plazos ni exclusiones, y Estados Unidos no fue la excepción. Tampoco deberá hacerlo Ecuador, que necesita integrarse a la economía mundial de modo más estrecho, pero no para destruir sino para ampliar su base productiva nacional.

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Hasta el momento nuestros negociadores han mantenido una postura flexible, como corresponde cuando se inicia un acercamiento comercial entre dos naciones; a partir de ahora deberán cuidar también que no se confunda esa apertura con una posición débil o claudicante.