“No hay más que tres acontecimientos importantes en la vida: nacer, vivir y morir.
No sentimos lo primero, sufrimos de morir y nos olvidamos de vivir. ¡Vivir es luchar, vivamos esta lucha popular!”. Así dice un letrero de madera levantado en un camino lodoso en las faldas de una loma que marca el ingreso a la precooperativa de vivienda Janneth Toral.

En este asentamiento, situado en una zona montañosa, al noroeste de la ciudad, y al fondo de las cooperativas El Fortín, Guerreros del Fortín, Balerio Estacio y Sergio Toral, pareciera que sus moradores ya no tienen ese espíritu de luchar, tal como quedó marcado en ese letrero hace ocho años, cuando fue fundada esta precooperativa.

Ellos más bien sienten que viven para sufrir, debido al abandono de las autoridades y la pobreza que los agobia. Pero a ese sufrimiento se le ha sumado un ingrediente: la delincuencia.

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Con gente extraña los moradores prefieren hablar abiertamente de la falta de agua, caminos, transporte, escuelas y demás servicios básicos, pero poco del asunto de la inseguridad, que es uno de los mayores problemas que afecta a este sector, caracterizado por empinadas y agrietadas calles y endebles casas de caña, que se mezclan con el verde paisaje montañoso.

Temen a las represalias. En sus mentes aún está fresco el recuerdo del asesinato de Freddy Indio Zorrilla, de 20 años de edad, a quien le dispararon el pasado 27 de febrero por robarle 60 centavos.

“Aquí estamos sin Dios ni ley”, sentencia Verónica Chávez, quien asegura “sin exagerar” que en los seis años que vive en esta zona no ha visto pasar un carro de la Policía Nacional.

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Johnny Caamaño y Leticia Morán, quienes tienen 4 y 2 años viviendo en el sector, también coinciden en que la Policía no llega hasta su barrio.

Los viejos buses que hacen el transporte hasta la parte baja de la cooperativa solo trabajan hasta un poco antes de las 19h00. Los conductores, que prefieren mantener su nombre en reserva, dicen que la medida obedece a que son víctimas de asaltos por parte de antisociales, especialmente pandilleros que frecuentan esta zona y que se les llevan las ganancias del día.

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En las noches, las casas permanecen con las puertas y ventanas cerradas. En la zona hay un rumor de que existen violadores que están al acecho de las mujeres que quedan solas en sus casas al cuidado de sus hijos, debido a que sus esposos trabajan hasta el amanecer.

María Vásquez, una cuencana que lleva 11 años en la ciudad y seis en el sector, vive una pesadilla cada vez que llega el fin de semana. Comenta que desde los jueves hasta el domingo se ven borrachos y drogadictos en las calles, los que protagonizan riñas, que en algunas ocasiones llegan al duelo a cuchillo.

La mujer, que abraza a su tierno niño de un año y le acaricia su pequeño rostro, siente angustia de saber que sus hijos más grandecitos “se están criando” con esas violentas escenas.

Por el sector no existe un retén ni un Puesto de Auxilio Inmediato (PAI) de la Policía. El sitio más cercano para denunciar una fechoría está en el sector de La Florida, a más de 11 kilómetros cuesta abajo.

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“Cuando llegamos al cuartel de La Florida para denunciar un problema nos dicen que no pueden llegar hasta acá porque no tienen los vehículos adecuados para este terreno”, señala Caamaño, dirigente de la cooperativa, que afirma que cuando llueve fuerte el lodo llega en algunos tramos casi hasta las rodillas.

El problema se ha complicado en las últimas semanas porque los dos guardias que cuidaban el barrio a un dólar por la semana de trabajo ya se han retirado por temor a los ladrones, que tienen su “centro de operaciones”, según varios moradores, en la zona por donde pasa el canal de riego de Cedegé.

Mientras María Vásquez añora la tranquilidad de su pueblo natal está convencida que entre los moradores debe renacer el espíritu de lucha, aquel del viejo letrero de madera que los inspiró en 1997 a estar unidos para defender la propiedad de estas tierras, pero ahora debe ser para ganarle la batalla a la delincuencia.