El armado de dardo

Hoy se lee en la Misa la Pasión de Jesucristo según la escribió Mateo. Mejor dicho, según quiso el Espíritu Santo que la escribiera Mateo.

Como la Iglesia nos la ofrece para que la meditemos y puede meditarse de infinitos modos, buscando cómo ayudarle, le propongo examinar conmigo la conducta del procurador romano, de quien dependió la libertad o la condena de Jesús. Probablemente encontraremos, si Dios nos da su gracia, alguna luz para que la Semana Santa nos mejore.

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Pertenecía a un linaje –la “gens pontia”– emparentado con los orígenes de Roma. Y tenía un sobrenombre muy prometedor: “Pilato, portador de pilum, armado de dardo”.

También tenía el padrinazgo –mucho más valioso que su alcurnia para hacer carrera– de Seyano, el Jefe omnipotente de la guardia del emperador  Tiberio. Por eso pudo ser Procurador de la Judea y la Samaria por diez años seguidos.

Los historiadores romanos no le dan ni bola, claro está. Mas los judíos, como Pilato se portó muy mal con sus hermanos de raza, solo cuentan los tremendos desafueros, disparates e injusticias del Procurador.

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Todos fueron denunciados a los tribunales del Imperio. Mas de todas las acusaciones, retractándose o bailando, se libró Poncio Pilato. De la última y más grave, de haber matado casi cien samaritanos, se libró porque murió el Emperador Tiberio. Aunque su sucesor al frente del Imperio ya no quiso sus servicios “especiales”.

No sabemos cómo fue su muerte. Unos dicen que se suicidó. Otros que murió decapitado.
Unos dicen que rabió al morir. Otros que se convirtió momentos antes de partir al otro mundo.

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Lo que sí sabemos con certeza –porque lo afirma el Evangelio– es que su señora esposa le advirtió de la inocencia de Jesús. Y que le suplicó que no se complicara con su juicio. Como también sabemos que Pilato, antes del recado de su esposa, ya estaba procurando que Jesús no fuera ejecutado.

También sabemos que era duro. Que en cuanto comprobaba la existencia de un delito, lo enfrentaba sin contemplaciones. Pero en el caso de la muerte de Jesús, Pilato no fue duro sino inconsecuente.

Sabía que Jesús era inocente, que nunca había obrado el mal, y que los jefes de Israel se lo entregaban por envidia; pero como temía que si lo libraba se podría producir un gran tumulto, prefirió escurrir el bulto. Se lavó las manos ante el pueblo –que aplaudió con placer la increíble comedia– y entregó a Jesús para que lo crucificaran.

¡Qué cosa tan tremenda! ¡Pensar de una manera y actuar de otra! ¡Preferir el propio bienestar a la verdad! Desgraciadamente yo también he sido con frecuencia inconsecuente. He sido, como tantos otros, “creyente, pero no practicante”. Por eso me propongo, al comenzar esta Semana Santa, no portarme nunca más como el “armado de dardo”.

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