Fue tan corto y placentero el tiempo que me tomó leer la última novela de Umberto Eco, que me parece haber coexistido en carne propia una alucinación personal y atemporal, de esas en las que no se sabe si fue rápido y despacio el proceso de incorporarse a la realidad y en las que todavía se pueden tantear los objetos fantásticos de tanta ilusión. Y es que sin lugar a dudas, este erudito italiano escribe sus ficciones con tanto realismo que cuando los ojos pesados de tanto leer ya ven nubes en vez de letras, uno se despide del personaje y siente el apretón de manos.

Esta vez se trata de Yambo, Giambattista Bodoni, un hombre que a los 60 años, en pleno otoño de la vida, pierde su memoria episódica en un impacto y empieza a vivir, como dice el comediante, “nacido de un repollo, viejito, arrugado, ‘ajado’ y en el transcurso de la vida involuciona hasta morir como un bebecito, en el vientre maternal”.  Hilarante la temática al retratar vívidamente los incidentes de la existencia de este hombre en su búsqueda personal, en su deseo de saber quién era y de dónde venía, para lo que viaja aconsejado por su esposa al pueblecito de su niñez, Solara, en el que empieza a examinar objeto por objeto las pertinencias propias y familiares que en el uso de su abuelo, padre, madre y amigos lo formaran amplio de mente, liberal, buen entendedor, de inocente inquisición y, sobre todo, neutral a los intereses del Duce, de la guerra y del salvajismo bélico. Descubre rutina tras rutina el rito familiar y cae profundamente en momentos de desesperación, pues todo eso no le dice más que el predicado; que si las tiras cómicas, las lecturas, los cuadros, los escudos y tanto recuerdo no fueran tan tangibles se asombraría de su innecesaria existencia, pues todo gira en derredor del enfermizo etnocentrismo, del dominio y yugo a los más impotentes, de las desventajas raciales, de la intolerancia ideológica y los complejos de superioridad que no hacen más que nivelar superficialmente a los menos propicios. Aunque Yambo pierde su relato de vida episódico, guarda y ejercita en su lucha mental, con mayor raciocinio, su memoria práctica intelectual y motriz, la que le permite interpretar desde un nuevo comienzo, sin estereotipos ni presiones, el rumbo del siglo en el que nació, murió y volvió a nacer inmaculado de tanta maldad. Por poner un ejemplo, pocos recordarán una tira cómica que circuló en Europa en los cuarenta cuya trama se intitulaba como este artículo y pintaba a “Cino y Franco con dos amigos, en el centro de África, en donde una reina igual de misteriosa custodiaba una intrigante llama que proporcionaba inmortalidad”; sin embargo la llama, la raza y la ubicación geográfica no tienen nada de inocente, pues los adolescentes que disfrutaban sus historietas anidaban estereotipos difíciles de desarraigar.

Al concluir la obra el lector también querrá perder su memoria para luego recobrarla, perspicaz, en la realidad de este siglo, ansioso de cuestionar profundamente su rumbo y de explicarse el porqué de su misión. Sin duda una reflexión muy recomendada.

*Profesora de Música y Piano