Familiares viven drama en Infectología por falta de dinero para la compra de medicinas.

Los dos chanchos que la familia Alejandro criaba para negocio, allá en su natal Catarama (provincia de Los Ríos) debieron ser puestos en venta por la emergencia. Froilán Alejandro, el jefe de familia, un hombre alto, contextura gruesa y cabellos canos, enfermó de dengue y fue trasladado a Guayaquil por la intensidad de sus síntomas.

Está en la sala de varones del hospital de Infectología, luego de haber pasado por terapia intensiva, y es sometido a análisis por posible dengue hemorrágico (DH).

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Los gastos que genera la enfermedad obligaron a sus hijos -a más de hacer una colecta entre ellos- a vender los animales del criadero.

Reina Alejandro, una de sus hijas que vino expresamente de Los Ríos para cuidarlo, prefiere no hacer cuentas aún, aunque las calcula en función de su bolsillo. “Hoy vine con 60 dólares y solo me quedan siete”.

La falta de recursos es otra de las complicaciones que enfrentan los pacientes afectados por el brote de dengue. El centro médico no asume los medicamentos sino que los vende a menor costo en la farmacia, como una manera de autogestión.

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Según John Cuenca, director del hospital de Infectología, un paciente gasta un promedio de 15 dólares al día en medicinas, más 14 dólares del eco abdominal que se solicita una vez. “En cinco días de permanencia es un promedio de 90 dólares”.

Esto no incluye los exámenes porque depende del tipo que se solicite. La prueba de dengue cuesta 9,50 la rápida y 3,50 la de Elisa, que realiza el Instituto de Higiene Leopoldo Izquieta Pérez. La diferencia es que esta última se entrega en tres días.

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Cuenca detalla que un paciente recibe cada día tres sueros de solución salina, tres ampollas de ramitidina (antiácido), una o dos inyecciones de vitamina K y cuatro de penicilina sódica.

El cajón del velador de Jonathan Aguilar, de 17 años, asilado en la sala de varones por DH está copado de medicinas de este tipo.

Su madre no tiene idea de cuántas le han aplicado pero sí del dinero que requiere para comprarlas: “gasto entre 30 y 40 dólares al día”.

Adquiere todo lo que le piden los médicos aunque ello implique dejar de comer. “No alcanza para más, ahí comparto algo con mi hijo porque primero está el niño”. Su esposo, Julio Aguilar, comerciante de la explanada de Gómez Rendón, costea los gastos con la venta de tomate y cebolla.

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En cambio, la mamá de Glenda Matías, de 26 años y con sospecha de la enfermedad, no trabaja y debió prestar plata a sus familiares para la receta de su hija.

“Cuando vi mi cartera vacía tuve que pedir ayuda porque sino cómo compro los medicamentos”.

Ella, además, se acercó a Bienestar Social donde se les exonera todo o parte de las medicinas, según la condición de los enfermos. Es lo único que les preocupa tanto como la salud de sus familiares. Dormir en cartones a la intemperie, sobre el cemento frío o en sillas junto a las camas se les ha vuelto cotidiano.

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