En esta ocasión no hubo la consabida contramarcha de los sectores gobiernistas.
Desconocemos las causas concretas para que haya ocurrido así, pero sin duda el motivo de fondo fue que el Gobierno habrá comenzado a percibir el desgastaste político que resulta de la inútil defensa de una Corte Suprema de Justicia repudiada nacional e internacionalmente.

El Presidente de la República, sobre todo, habrá percibido ya que su credibilidad personal podría aumentar si no fuese por la torpeza política del régimen de sostener a unos jueces que día a día pierden autoridad ética y moral.

Junto con eso, la marcha de Cuenca se destacó por la intención de sus organizadores de tomar distancia no solo del Gobierno sino también de la vieja dirigencia política del país, coautora del pecado de pisotear la independencia de la función Judicial. La movilización de la capital azuaya fue una demostración de repudio a la Corte actual –una más de las tantas que se han visto y escuchado estos días–, pero también una expresión de rechazo a los viejos partidos, que gestaron la paulatina degradación de los tribunales de Justicia.

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Y es que el país no quiere regresar al pasado. Lo que anhela es una renovación completa que nos permita avanzar hacia un futuro mejor.