¿Quién debe a quién?

¿Deben los emigrantes al Estado por su educación y por eso necesitan regresar al país para pagar esa deuda, como quiere el canciller Zuquilanda, o debe el Estado a los emigrantes por no haber invertido lo suficiente en su educación?

¿Quién debe a quién?

¿Deben regresar los emigrantes para pagar las migajas que el Estado invirtió en su formación que, luego de seis años de escolaridad, apenas les garantiza saber leer y escribir?

Porque la educación en el país (quizás eso no lo sabe el excelentísimo señor Zuquilanda, preocupado como está en su limusina nueva y en estrenar sus trajes con plumas y bicornio para seguir haciendo reverencias a los poderosos) es una mentira, en unas escuelas que se caen de viejas y de sucias, con profesores mal remunerados y peor preparados, con un sistema pedagógico absurdo, memorístico, obsoleto.

Entonces, ¿quién debe a quién?

¿Debe regresar al país ese emigrante que se graduó de bachiller y solo sabe de paros, huelgas y pedreas y, siguiendo el ejemplo de sus profesores en los exámenes de ascenso de categoría, copia para alcanzar una nota? ¿Por eso debe venir a pagar su deuda con el Estado?

Y es que el Estado nunca ha tomado la educación en serio. Nunca ha invertido en ella todo lo mucho que debía invertir, porque sus prioridades siempre fueron otras, bastante más bastardas.

Entonces, ¿quién debe a quién?

¿No le debe el Estado a un ciudadano que pasa por la universidad la garantía de que el título que obtiene le acredita como altamente competente en su área? Pero, en realidad ¿lo es? ¿Ese título le capacita como un técnico de altísimo nivel, como un profesional idóneo, como un científico que encuentra en el país el terreno abonado para sus investigaciones?

No hace falta sino dar una mirada alrededor para darnos cuenta de que la educación es una patraña. Ahí están nuestros líderes políticos que emergieron de esa educación: saben insultar y mentir, porque eso aprendieron. Saben golpear con toda la fuerza de sus puños, y hasta hacer atentados. Saben contradecirse sin pudor, también. ¡Y ellos son los que educan con su ejemplo!

Entonces, ¿quién debe a quién?

El Estado les debe a esos emigrantes los millones de dólares que envían para que se sustente nuestra economía. Eso les debe.

Y les debe la destrucción de sus familias, el trago amargo de los abandonos. Eso les debe.

Y les debe, sobre todo les debe, el no haberles asegurado en su propio suelo un trabajo digno que les permita una subsistencia amable, en que su salud y su vivienda estén garantizadas.

Fue ese Estado el que los expulsó con toda la violencia de sus promesas incumplidas, su corrupción creciente y sus falacias.

¡Y ahora el excelentísimo canciller Zuquilanda quiere que vengan a pagar una deuda que jamás contrajeron!

Son ellos, los emigrantes, los acreedores de ese Estado al que tienen que cobrar –tarde o temprano– por un destino que el poder les truncó con sus mentiras, sus engañifas y sus sistemáticos asaltos a los fondos públicos.

¡Son ellos los que tienen que cobrar!