Decía el ilustre franciscano Fr. Vicente Solano: “La amistad es un género que cuesta muy caro. El que no tiene amigos se expone a perecer, y el que los tiene, a ver desengaños”. No solo su reconocido talento, sino su experiencia le hacía expresarse de ese modo, porque entre las cosas que duelen es no contar con amigos, y más, con amigos sinceros y leales que estén junto al amigo en el buen tiempo y en el malo.

Cuántas ocasiones se han visto casos como los que sin duda se lamentaba el erudito polemista cuencano. Efectivamente, unos se muestran amigos inseparables cuando la suerte le sonríe al amigo pudiente, pues, saben que arrimándose al amigo con dinero, con auto y quizá con posesiones materiales, van a estar gozando y pasando bien la vida; pero aquellos amigos son interesados.

Ser amigo es procurar el bien del amigo, a fin de que marche por buen sendero, sin que se desvíe por caminos torcidos. Ser buen amigo es permanecer junto al otro cuando se ha enfermado, o cuando está sufriendo problemas de cualquier índole, o cuando está con escasez de dinero o de cualquier otro bienestar. El amigo leal incluso adivina la necesidad del amigo proporcionándole lo que en verdad le hace falta. La persona que encuentra ese amigo, ha encontrado un tesoro.

En este santo tiempo de cuaresma y en estos días en que la economía de nuestro pueblo se ha vuelto clamorosa, es cuando los amigos deben probar su calidad de tales. No hay mérito proporcionarse mutuamente cuando dos amigos tienen posibilidades económicas, porque el donante está convencido de que le devolverá lo donado de una o de otra forma. El mérito está en dar a quienes no le pueden devolver ni retribuir. Es lo que enseñó Cristo.

Afirma Quintiliano que “la amistad se halla entre iguales o los hace”. Tal sentencia se ha comprobado a través de los siglos, como lo demostró Jesucristo que supo brindar su amistad. Por eso declaró un día: “No hay prueba de amor más grande que el dar la vida por los amigos”. Y a los apóstoles les dijo en otra ocasión: “Ya no les llamo siervos, sino amigos”, confirmando con ello que los sinsabores y padecimientos de la misión a la que fueron llamados les hizo amigos auténticos de Jesús hasta vivir en comunidad y compartiendo tristezas y alegrías.

De un modo brillante Jesús probó ser excelente amigo de la familia de Betania, compuesta de los tres hermanos: María, Marta y Lázaro. En efecto, cuando las dos hermanas le enviaron recado al Señor: “Mira que tu amigo está enfermo”, Jesús dijo a sus discípulos: “Lázaro ha muerto. Vamos a verlo”. A Jesús se le saltaron las lágrimas frente al sitio donde estaba sepultado; mientras los judíos decían: “¡Miren cuánto lo amaba!”. Quitada la losa sepulcral, Jesús, levantando su voz, exclamó: “¡Lázaro, ven fuera!”. Allí tienen, lectores, una prueba de amistad de parte de nuestro Salvador hasta más allá de la muerte.