Desde hace algún tiempo, se ha venido sosteniendo la idea de que, de una u otra manera, el electorado de ciertos países de América Latina está volviendo, luego de un largo lapso de olvido, a tomar en serio las opciones de la izquierda política, como actuales soluciones o futuras alternativas presidenciales, de forma tal que se discuta abiertamente el fenómeno como una especie de resurgimiento de las tendencias de izquierda.

Lo cierto es que el movimiento del escenario político, especialmente en lo que respecta a los países de Latinoamérica, tiene que ver mucho con la situación actual de la región, la cual se ha convertido, de acuerdo a los informes de organismos internacionales, en la región más desigual del mundo, superando inclusive a África y Asia; en tal contexto, la desigualdad y su aliada permanente, la pobreza, son en parte resultado de gestiones gubernamentales inadecuadas, especialmente en los últimos quince años, varias de las cuales asumieron el emblema del cambio, paradójicamente bajo el tutelaje de una modernización que finalmente nunca llegó a los estratos populares, provocando también un estrangulamiento de la clase media. ¿El resultado? Una vuelta a la seducción que en un momento determinado ejercieron las ideas de la izquierda en gran parte de los países de la región.

Debe aclararse, sin embargo, que no se trata del discurso de izquierda que se encontraba con frecuencia hace varias décadas, sino más bien de una izquierda moderada, pragmática y ciertamente alejada del fundamentalismo ideológico de antaño. En esa medida es importante también recalcar las diferencias de estilo que se imponen en cada gestión presidencial así como en la concepción de izquierda que tiene cada gobernante, pues, por ejemplo, una es la ideología del presidente chileno Lagos y otra, muy distinta, la del retórico populismo de Chávez. Lagos, de tendencia socialista, ha gobernado su país con notable talento, para lo cual debió alejarse de cualquier refugio esotérico que le ofrecían los recuerdos de la línea dura de su ideología; Chávez, en cambio, fragmentador insaciable, es, antes que todo, un gran transgresor, quien, alentado por la reciente bonanza petrolera de su país, ha podido alimentar el rechazo y el descontento popular respecto del establishment político de su país.

El otro punto importante de resaltar es que la generalización no es aplicable a toda la región, pues hay otros países en los cuales el colapso de gobernabilidad es tan profundo, que la propia identificación ideológica queda aplastada ante la evidencia del proyecto imposible. Quizás el caso de Bolivia con todo lo ocurrido en el transcurso de esta semana sea el más ilustrativo, pues la renuncia del presidente Mesa así como su posterior ratificación por parte del Congreso de ese país, no ha hecho sino evidenciar la magnitud de una crisis con curiosas y sugestivas coincidencias con la ecuatoriana, lo cual es naturalmente lamentable. Me recuerda el hecho de que, hace algunos meses, una publicidad sugirió lo ilógico que resultaría tratar de aprender a surfear en Bolivia, ante lo cual un disgustado lector respondió que era posible hacerlo, en el lago Titicaca. ¿Surfear en el Titicaca o ser Presidente de Bolivia? En el momento de esa reflexión, ¿dónde se queda la derecha y donde se encuentra la izquierda?