Lucila Condemaita, de 38 años, recuerda que el 11 de marzo del 2004, mientras “estaba desmontando la hierba, me daban ganas de llorar y no sabía por qué, hasta que una tía vino y me contó que unos trenes habían explotado, que había muertos ecuatorianos. Enseguida fui a llamarle (a su esposo, Segundo Moposita), pero no contestó el celular”.

Segundo fue uno de los seis ecuatorianos fallecidos por los atentados en Madrid, y Lucila confirmó la  mala noticia el viernes 12. Fue a radio  Sierra (en Quisapincha), en donde confirmó que  él era uno de los fallecidos. “Después de salir de ahí solo quería volar a España”.

Segundo había llegado cuatro años antes de los atentados a Madrid. “Se le metió en la cabeza irse y se fue. Yo me quedé con la esperanza de que regresara, pero nunca más lo volví a ver”, recuerda Lucila.  “Se fue por la pobreza, el dinero que teníamos no nos alcanzaba, vivíamos arrendando piecitas, nuestro sueño era tener una casita donde vivir”, dice.

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Con la indemnización que el Gobierno español dio a los familiares de los fallecidos, Lucila dice que logró  casi terminar una casa de dos pisos en Quisapincha, a 30 minutos de Ambato.

Lucila rememora con amargura el papel que jugó su cuñado, Alberto Moposita,  en medio de la tragedia. Alberto, conocedor de las ofertas  de legalizar a los familiares de las víctimas, viajó a Madrid con Lucila para repatriar el cuerpo. En  unas semanas consiguió ser reconocido como residente, se quedó en España y dejó sola con los trámites a Lucila, quien tras el funeral volvió para tramitar la indemnización.

Cinco meses estuvo Lucila en España, mientras sus hijos se quedaron con su suegra, pero regresó sin culminar con todos los trámites.

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Actualmente el Gobierno español, indica, le pasa mil dólares mensuales para su manutención, la de sus dos hijos y su suegra. Aún no consigue el pasaporte español para sus hijos, y eso le preocupa. “Quiero que mis hijos puedan ir al colegio allá, porque de eso sí me di cuenta, allá la educación es más avanzada”.

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