La personalidad oscura de Edvard Munch (1863-1944), con su fondo de experiencia propia marcada por el drama, la enfermedad y la muerte, son el eje de una vasta exposición presentada ayer en Roma y que recorre varias décadas de su vida y su producción.

El Complesso del Vittoriano de la capital italiana acogerá hasta el 12 de junio próximo una muestra con 56 pinturas, medio centenar de obra gráfica y veintisiete fotografías.

Considerado uno de los precursores del expresionismo, el noruego Munch (autor de la célebre obra El grito) vivió en una familia modesta de fuertes creencias religiosas en la que su madre y una de sus hermanas murieron de tuberculosis cuando él era un niño.
 
La enfermedad es una constante en la vida de Munch y eso se aprecia en su obra, iniciada en la década de los 80 del siglo XIX, aunque sus pinturas más conocidas son de los últimos años de esa centuria y de la primera década del XX.
 
El propio autor reconoció que lo que más le interesaba a la hora de pintar era lo que pudiera captar a través del espíritu y no de los sentidos.

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“Mi arte es una autoconfesión con la que busco aclarar mi relación con el mundo”, ha dejado escrito el artista que, como su compatriota y coetáneo, Henrik Ibsen, exploró la personalidad humana, sus miserias y mediocridades, pero recurrió a sus propias vivencias, mientras que el dramaturgo criticó las conveniencias y puritanismo de la sociedad.
 
A pesar de que de gran parte de sus obras ha pasado un siglo, su contemporaneidad es indudable.