Uno de los problemas de la sociedad ecuatoriana es que su dirigencia no ha podido articular objetivos políticos, sociales y económicos, en un gran proyecto nacional; o sea, en una gran utopía. Y no lo ha hecho porque el ejercicio de la ciudadanía se alejó de las preocupaciones de luchar contra el subdesarrollo; para quedarse en cuestiones inmediatas e intrascendentes.

Desde 1830, el Ecuador ha tenido 18 constituciones; y con ellas (o a pesar de ellas) ocuparon el poder presidentes constitucionales, jefes supremos, juntas de gobierno, encargados del poder, y presidentes interinos.

Pero a pesar de tanta diversidad –salvo poquísimas excepciones– los gobernantes no dejaron evidencias de que, con sus actos, perseguían promover el desarrollo del país.

Es que, por lo general, han carecido de una gran utopía. Hoy, es necesario plantearla como tarea ineludible para responder a las oportunidades y amenazas de la globalización. Esa tarea impone alcanzar metas en educación; producción y empleo; salubridad; seguridad social y pública.

La educación debe innovarse para rebasar las brechas que impedirán a numerosos sectores de las nuevas generaciones acceder a tecnologías de producción dominadas por la telemática (telecomunicaciones más informática). Si no se remonta esa brecha, una nueva forma de analfabetismo afectará irreversiblemente a la competitividad de la economía.

En producción, hay que invertir en infraestructura para que la electricidad no dependa de las lluvias, ni tenga tarifas dolosamente atadas a la ineficiencia; para acceder a servicios públicos confiables y seguros; para tener puertos eficientemente manejados; para que las aduanas no sean un medio de exacción fiscal, sino instrumento para estimular el comercio exterior.
También se requiere modernizar el régimen laboral, para incentivar la creación de empleo productivo; para convertir a la mano de obra en ventaja competitiva, elevando su capacitación y niveles de destreza.

La gran utopía tiene una fórmula en salubridad; a mayor prevención menores tasas de enfermos, lo que significará una población intelectual y físicamente apta para producir. Maximizar los beneficios de la seguridad social; conforme el IESS gane eficiencia, el ahorro, producto de la capitalización del trabajo, fortalecerá de manera sustentable a la economía.

Con la plena vigencia del Estado social de Derecho, este círculo “virtuoso” que bajo el imperio de la ética propiciará la gran utopía, generará una paz social atractiva para la inversión, reportando efectos positivos sobre la producción y el empleo.
Por añadidura, la seguridad pública será más eficiente porque subirá el nivel de vida de la población.

En ese entorno el Ecuador sería asediado por potenciales socios comerciales y tendría capacidad para condicionar los términos en que suscribiría cualquier tratado de libre comercio, sin someterse a exigencias o a imposiciones.

Por ahora la realidad es distinta; y debe ser cambiada para realizar esa gran utopía. Es un desafío, no hay duda. ¿Habrá algún político que acepte el reto?

Presidente de la Cámara de Industrias de Guayaquil