Esta semana recibí una avalancha de cartas de los estudiantes del preuniversitario de Comunicación de la Católica. El profesor Marcelo Báez, a quien debo muchísimos lectores, les “mandó de deber”, así dicen ellos, que me escribieran contándome sus cuitas. La verdad, no sé si agradecérselo. Uno no es gurú ni iluminado y no tiene todas las respuestas. Y lo que los estudiantes quieren saber, imagínense, es cómo cambiar la televisión ecuatoriana. Poca cosa. Si lo supiera no estaría yo escribiendo sobre la televisión en los periódicos. Aun así, la pregunta deja entrever una cierta determinación de su parte, virtud que no puedo despreciar ni pasar por alto. Así que me van a disculpar, pero el artículo de hoy es largo y está dedicado a los estudiantes del preuniversitario de Comunicación de la Católica, que bien se lo merecen. Además, se lo debo a Marcelo Báez. Ahí va.

Estimados estudiantes: temo que mi respuesta les va a decepcionar, pero la verdad es que no podía ser otra. ¿Quieren cambiar la televisión ecuatoriana? Estudien, pues. Pero ojo: aprobar ordenada y metódicamente los cursos de la universidad y graduarse con honores no es suficiente. Es más: a veces no sirve de nada. He visto a decenas de egresados de las facultades de comunicación llegar como practicantes a las redacciones de los diarios, con una formación tan deficiente que no podían siquiera redactar correctamente una noticia de tres párrafos. Y he visto, también por decenas, a jóvenes entusiastas como ustedes que entraron en la universidad proponiéndose cambiarlo todo; y, ya graduados, los he visto acomodarse tibiamente, tratando de convencerse a sí mismos de que las cosas no se pueden cambiar como lo habían soñado, cuando la realidad es que se convirtieron en unos profesionales tan mediocres (o tan corruptos) como aquellos a los que criticaban. O más. Porque la universidad ecuatoriana está, lastimosamente, muy por debajo del nivel que se requiere para cambiar las cosas.
Hay que hacer esfuerzos adicionales.

Cuando les digo que estudien quiero decirles que se tomen en serio el aprendizaje. Eso implica un cambio de actitud. Para empezar: ¿qué eso de “le escribo porque el profesor nos mandó como deber”? En la universidad, se supone, uno está porque quiere, estudiando lo que quiere. Las lecturas, informes y monografías se asumen como formas de adquirir el conocimiento que uno está buscando, no son obligaciones para con el profesor sino tareas a las que nos entregamos con pasión. Si no tienen pasión, cambien de facultad y suspendan la lectura de este artículo. Así que libérense de esa actitud colegial bobalicona de esperar a que el profesor le mande a hacer los deberes. Sean estudiantes.

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Y vamos a lo importante: el aprendizaje. Sé que a su edad hay muchas cosas que aprender pero, créanme, adelantarían bastante si se concentraran en una, la única que es imprescindible en esto de la comunicación: el lenguaje. En este punto tengo que ser directo y duro: la redacción de sus cartas (con la excepción de dos o tres) es un completo desastre. Podría abochornarlos en público, citando algún ejemplo, pero no lo voy a hacer. ¿Quieren cambiar la televisión? Empiecen por poner las tildes, por aprender la gramática elemental y la sintaxis, todas aquellas cosas que debieron aprender en el colegio. Aun en la televisión, el lenguaje hablado y el escrito son (siguen siendo) la base de la comunicación mediática. Hablar un buen español no es una simple cuestión de buen gusto. Es, básicamente, un problema de expresión. ¿Quieren ser comunicadores directos y frontales? ¿Serios? ¿Humorísticos? ¿Arriesgados? ¿Cautelosos? ¿Irónicos y cáusticos? ¿Quieren que el espectador se interese en su mensaje? ¿Quieren que le quede claro? Para todo eso hay que estar familiarizado con las estructuras del lenguaje, saber usarlas, jugar con ellas. No hay otra manera.

¿Y cómo se adquiere esa capacidad? Exclusivamente con la lectura. Solo escribe bien quien lee mucho. Y, por la manera como escriben ustedes, me temo que no lo hacen, ni siquiera poco. En los tiempos que corren, tiempos en que la ignorancia, entronizada por la televisión, campea en los tres poderes del Estado, la lectura se ha convertido casi en un antivalor. Pero eso no va con ustedes si lo que en verdad quieren es cambiar la televisión. No solo que la lectura desarrolla las capacidades de expresión, sino que todo lo que la humanidad ha estudiado y reflexionado sobre la televisión (y sobre cualquier otro tema) a lo largo de la historia, está en los libros. No estoy desestimando el valor de la experiencia y los conocimientos prácticos. Hay cosas, lo sé, que no se aprenden en los libros. Pero la visión crítica del oficio, la capacidad de interpretación y análisis, solo se desarrollan con la lectura.

Sostengo que uno de los mayores problemas de nuestra televisión consiste en que los comunicadores que trabajan en ella apenas si se detienen a reflexionar sobre la naturaleza de su oficio. La cámara y el micrófono son instrumentos de poder. Y tan dañino resulta aquel comunicador que lo sabe y decide utilizar esos instrumentos en su propio beneficio, como aquel que no lo sabe ni se lo quiere plantear y que, por lo común, termina siendo utilizado en beneficio de terceros. En televisión, las palabras producen representaciones, imponen tendencias, crean fobias y fantasmas. Es una responsabilidad enorme. Y lo mínimo que uno debe hacer al respecto es detenerse a pensar en esos efectos. Si ustedes desarrollan desde ahora esa visión crítica sobre su propio oficio, quizá cuando lleguen a la televisión no la van a cambiar, pero si van a marcar una diferencia. Les prometo.

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Por último, algo que también tiene que ver con los libros, como casi todo. Me refiero al apartado de lo que se conoce como cultura general. Porque se supone que los periodistas debemos saber de todo un poco y eso nos ha convertido en unos auténticos especialistas en generalidades. Y eso es un problema. Porque un periodista con conocimientos superficiales, fácilmente se come cualquier cuento.
Viene el ministro de Economía, suelta cuatro kikuyadas sin sentido y ellos se quedan boquiabiertos. Viene un subsecretario mamarracho y les da clases de derecho constitucional arreglado a sus propios intereses. Y ellos no replican porque no saben. Por eso, si me apuran, les aconsejo que, ya que quieren cambiar la televisión, traten de estudiar otra carrera paralela a la comunicación, por lo menos asistir a ciertos cursos, hasta adquirir una base académica aceptable. Sepan que un economista con dominio del lenguaje, aunque no sea periodista, está mucho más preparado para manejar la información económica que un graduado en Ciencias de la Comunicación. Así que, si me apuran un poco más, voy a empezar a aconsejarles cosas que no van a ser muy del agrado de Marcelo Báez. Mejor me callo.