En nuestro medio, la red sigue siendo lenta, muy lenta, y además, cara, la más cara de América Latina: diez veces más que en Brasil y cinco más que en Colombia, para mencionar solo dos ejemplos cercanos.

La llamada banda ancha, que se inició hace muy pocos meses, está creciendo en forma acelerada, pero ya hay protestas por el mal servicio que algunas empresas brindan.

Quizás alguien considere que no deberíamos quejarnos porque el correo electrónico, aun con las enormes limitaciones de nuestro medio, es un extraordinario avance si lo comparamos con el viejo y burocrático servicio postal.
Pero las leyes de la economía imponen que la comparación no se la haga con nuestro propio pasado, sino en relación a otros países y economías, que compiten ferozmente para desplazarnos del mercado mundial, y que cuentan, ellos sí, con un servicio de Internet más barato y ágil.

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Hasta el momento, ninguna institución pública ha emprendido una cruzada para corregir este déficit, aunque existen proyectos perfectamente formulados que permitirían mejorar la conexión del país con la red. Quizás las universidades podrían tomar la iniciativa, ya sea para exigir mejores controles de calidad como para orientar las inversiones del sector privado.