Alguien sostenía que en momentos de crisis Europa tiende a inclinarse a la derecha, mientras en la misma situación América Latina se corre a la izquierda. Según ese análisis, en el primer caso se buscarían las soluciones en las fuerzas del mercado y en los sectores más poderosos de la sociedad, en tanto que en el segundo se las trataría de conseguir por la acción del Estado y por la participación protagónica de los sectores menos favorecidos. Pero, por sugerente que resulte esa explicación, parece que no siempre ocurre de esa manera. Para poner en duda la afirmación solo cabe recordar que la derecha predominó en nuestro continente durante los años ochenta, cuando vivía la aguda crisis de la deuda, mientras que actualmente, cuando hay más estabilidad, está tomando mayor fuerza la izquierda.

En efecto, con la posesión como presidente de Uruguay del dirigente de izquierda Tabaré Vázquez se elevará a seis el número de países con gobiernos de esa tendencia democráticamente elegidos. Es probable que Bolivia y México se sumen en poco tiempo a ese grupo, lo que lo transformaría en un bloque de importancia continental (incluso Ecuador podría integrarse en la corriente, con León Roldós, bajo la condición de que se realicen las elecciones del año 2006 y sobre todo que sean limpias, lo que está en seria duda). Pero para contar con un bloque y para actuar en conjunto necesitarían que entre ellos existiera no solamente la autodefinición de izquierda sino que actuaran dentro de una misma tendencia, con objetivos similares y hasta con procedimientos parecidos. Sin embargo, una rápida mirada a cada uno de esos gobiernos deja ver más diferencias que semejanzas.

Las características de los gobiernos de Venezuela y Chile llevan a considerarlos como expresiones de corrientes totalmente contrarias y no como parte de una misma tendencia; la distancia entre Hugo Chávez y Ricardo Lagos es la que existía entre Stalin (o Mussolini) y Willy Brandt. Al gobierno peronista de la Argentina se lo puede considerar de izquierda por el vacío que quedó en ese lado del espacio político, es decir, porque no hay nadie más hacia su izquierda, aunque él esté cómodamente en el centro; su negativa a aceptar las recetas del FMI es cuestión de supervivencia, no de ideología. Al presidente de Panamá le viene la izquierda por una herencia paterna felizmente despojada de populismo y mesianismo, pero nada más que eso. Lula da Silva, en Brasil, combina las raíces históricas de la izquierda latinoamericana con el pragmatismo liberal en la conducción gubernamental. Si se añaden el boliviano Evo Morales y el mexicano López Obrador, el panorama será aún más heterogéneo.

Lo importante de todo esto no es la posibilidad o la imposibilidad de conformar un bloque regional, sino que talvez la misma disparidad configure la mejor oportunidad para que las izquierdas puedan renovarse y redefinir sus planteamientos.
Hasta ahora han tratado de ser una izquierda anclada en el pasado, sin propuestas adecuadas para el momento actual. Puede ser positivo el paso del singular al plural.