Algo realmente está pasando en la proverbial “calle árabe”. La suposición automática de que la “calle árabe” siempre acatará los deseos del rey o dictador local, ya ha dejado de ser válida.

Nuevamente es la época de buenas noticias y malas noticias para el Oriente Medio.

Las buenas noticias son que lo que estamos viendo en el mundo árabe es la caída del Muro de Berlín. El viejo orden autocrático está empezando a desintegrarse.

Las malas noticias son que, a diferencia del Muro de Berlín en Europa central, el del mundo árabe va a desplomarse de ladrillo en ladrillo y, desafortunadamente, Vaclav Havel, Lech Walesa y la unión sindical Solidaridad no están esperando para lanzarse a nuestros brazos en el otro lado.

Nadie se siente más satisfecho que yo cuando veo las manifestaciones de “poder del pueblo” en Iraq, con millones de iraquíes desafiando a la amenaza de “quien vote, muere” lanzada por los miembros del ex partido Baath y los seguidores de la yihad o guerra santa.

Nadie debe tomar a la ligera la disposición de las fuerzas de oposición en Líbano para ponerse de pie y señalar acusadoramente al régimen de Siria y decir “J’accuse!” por el asesinato del líder opositor Rafik Hariri.

Nadie debe restar importancia a las elecciones palestinas, en las que hubo una oportunidad real de votar por candidatos reales, y una mayoría sólida que votó en favor de un personaje decente, modernizador, Mahmoud Abbas.

Nadie debe pasar por alto la disposición de algunos egipcios en cuanto a demandar su derecho a disputar el poder al presidente Hosni Mubarak en las elecciones cuando él busque un quinto –hasta ahora sin candidatos opositores– periodo en el cargo.

Estas son cosas que no hemos visto en el mundo árabe antes de ahora. Son inusuales, realmente inusuales... como ver volar a los camellos.

Algo realmente está pasando en la proverbial “calle árabe”. La suposición automática de que la “calle árabe” siempre acatará los deseos del rey o dictador local, ya ha dejado de ser válida. Sí, es verdad que la invasión en Iraq probablemente hizo brotar en la superficie más terroristas antiestadounidenses. Pero también ciertamente hizo salir a la superficie a más partidarios de la democracia.

Llamémosla la “primavera de Bagdad”.

Pero tenemos que ver muy sobriamente lo que yace en el futuro. No habrá revoluciones de terciopelo en esta parte del mundo. Los muros de la autocracia no se desplomarán solo con un buen empujón. Como han mostrado claramente los insurgentes decapitadores en Iraq, los bombarderos suicidas en Arabia Saudita y los asesinos de Hariri, el viejo orden en esta parte del mundo no se desvanecerá discretamente en la noche.

Quien ponga una flor en el cañón de sus fusiles perderá de inmediato la mano y la cabeza.

Escribo todo esto no para sugerir que estamos en una aventura de tontos en Iraq.
Lo escribo para subrayar que estamos dando el primer paso de una larga, larga travesía. El hecho de que los extremistas y los autócratas hayan tenido que recurrir ahora a una violencia imposible de describir muestra hasta qué grado han fracasado en su campaña para triunfar en la guerra de ideas en la calle árabe.

Pero las fuerzas progresistas emergentes aún tienen que probar que pueden construir una política diferente en torno a comunidades nacionales unidas, no un equilibrio de sectas, y desarrollar la solidaridad de aspiraciones compartidas, no un enemigo externo compartido.

Todavía existe, a lo largo del mundo árabe, una idea muy débil de estatidad y ciudadanía. Y todavía hay muy pocas instituciones de una sociedad civil afuera de la mezquita, y muy escasa experiencia histórica respecto de una prensa libre, mercados libres o verdadera democracia parlamentaria sobre la cual construir cuando caigan los muros.

© The New York Times News Service.