Las aguas turbulentas parece que están volviendo a su cauce. El excelentísimo señor Presidente de la República luce calmado, ya sin su chaleco antibalas, sus insultos y su bailes furibundos. Su rostro ha vuelto a recuperar sus colores. Y su corbata también: otra vez está medio rosada, tirando a pálida. Parece que hasta está dispuesto a llamar al diálogo a todos los hijuesdesusmadres que se hacen la cirugía plástica y se pintan el pelo. No se ha movido por algunos días de su despacho, donde recibe, mansito, el saludo protocolario de su mayoría afín en el Congreso, que le entrega las cartas credenciales de las autoridades legislativas para avisarle que todos le mandan muchos saludos, inclusive del Quintana, aunque él no le manda los saludos por cartas credenciales, sino por celular nomás. ¡Con lo que le cuesta escribir, al pobre!

Y así, todo en orden. ¡Qué alivio! Pero, ¿cuánto le durará al excelentísimo señor Presidente la calma? ¿Hasta el próximo discurso será? ¿Hasta su próxima salida al balcón será?

Lo cierto es que las aguas procelosas van calmándose. Con decirle que hasta el Damerval, que ya se iba, se fue. Y es que en realidad nunca acabó de entrar, porque cada vez que hablaba decía que cualquier idea que tenía era de él nomás, y no del Gobierno ni del Presidente, que no tienen ideas. Claro, eso no decía, pero parecía que hubiera dicho. Y entonces desaparecía, porque ya estaba renunciado. Pero después de unos días reaparecía para decir que no había renunciado y que en el insomnio de la noche anterior le había surgido otra idea que era solo de él y no del Gobierno ni del Presidente, que no tienen ideas. Claro que eso no decía. ¡Híjoles! ¡Ya me hice un lío! ¿Pero sí me entienden, no? ¿No? Bueno, eso no es por mi culpa sino por la de ustedes, que no quieren entrar en el maremagnático y periluciático (elé, yo también estoy hecho un lince para inventar palabras) pensamiento oficial. Pero no se preocupen, porque ya hay un nuevo ministro de Gobierno que es menos enfrentón que el Damerval, aunque es un poco más dolicocéfalo.

¿Qué les estaba diciendo? Ah, ya, que todo está en orden. Tan en orden, que el Castro Dáger se pasea por todo el país yendo a cuanto juzgado existe para anunciar que él es el presidente temporal de la Corte Suprema temporal y que por favor le hagan caso temporalmente. Y a los que se reúnen al pie de los edificios para abuchearle, les manda besos volados el Castro Dáger, como si fuera un cantante famoso. Y sí creo que es porque, como todo cantante famoso, termina su actuación, reparte besos, y se va a otro escenario. ¡Qué alivio!

Bueno, lo cierto es que, entre estas y las otras, estamos viviendo unos días idílicos: todos buscando desesperadamente soluciones para sacarle de la dictadura en la que se metió el Coronel cuando pensaba que era lindo ser dictócrata, en vez de presidente. Hasta que se arrepiente y quiere otra vez ser presidente para lo cual, buenísimo, acepta la ayuda a todos.

Ustedes también ayudaránle, no serán malitos. O sea, irán preparando con todo ímpetu una nueva marcha, porque eso ha sido lo único que le constitucionaliza, le desdistócrata y le desluciócrata al Lucio.