Sobre la seguridad personal y social se ha escrito y hablado bastante en lo poco que va de este año 2005; vale la pena enfocar este problema desde diversos tópicos de acuerdo a la competencia de cada uno de los que se preocupan de estos temas. Quiero dar un aporte, con la mejor de las intenciones, desde el análisis del comportamiento humano y desde la preparación personal para hacer frente a una misión, por demás honrosa, peligrosa y necesaria, como es el cuidado de la seguridad de un conglomerado humano. Con este preámbulo, propongo algunas consideraciones que bien pueden servir de reflexiones tanto para autoridades superiores como para subalternos de la Policía Nacional que deben ser:

Educados, conocedores de las normas de urbanidad, aseados y pulcros en su presentación personal, atentos en el saludo, pues lo cortés no quita lo valiente.

-Cultos, conocedores de la ciudad en donde trabajan, de sus barrios, sus calles, sus leyes, ordenanzas, tradiciones y la idiosincrasia de su gente.

-Honestos las 24 horas de todos los días; honestos en sus palabras, en sus pensamientos y en sus obras.

-Valientes en su fuero personal y frente a la colectividad; internamente, para mantenerse incólumes en sus principios, tradiciones e ideales; externamente, para sustentar con entereza sus razones y defender los intereses de la ciudad, frente a cualquier situación adversa.

-Saludables, pues su trabajo es arduo, a sol y sombra, en invierno y en verano; cada uno está obligado a cuidar de su capital humano evitando todo lo nocivo para su salud física y mental.

-Leales con sus principios, con su ciudad, con sus superiores. Lealtad no es flaqueza. Lealtad es una virtud propia de hijos bien nacidos.

-Patriotas y dechados de virtudes cívicas, pues su misión es mejorar la convivencia ciudadana, local y nacional.

-Positivos en su mentalidad, abiertos al bien, creyentes en el ser humano, amigos de la naturaleza, buscadores incansables de la excelencia de sus actos.

La seguridad de una población está garantizada por la calidad de quienes la controlan, no necesariamente por su número. En mi recorrido habitual hacia y desde mi lugar de trabajo, todos los días me encuentro al menos con diez policías uniformados, ubicados siempre en los mismos sitios. Permítanme estas observaciones muy someras: jóvenes en su mayoría, los policías carecen todavía del espíritu de vigilantes del orden; aprovechan sus turnos para conversar, para tomarse un refresco, para estar junto a su moto, para limpiarse las uñas, para conversar entre ellos (pues nunca están solos) o con los guardianes privados de sus cercanías; lo que no veo es la mirada vigilante y permanente, el ojo adiestrado para descubrir posibles desmanes, el oído atento a captar o detectar situaciones de peligro; ocupan su puesto y en esto son disciplinados, pero no lo hacen con una presencia que inspire confianza en su competencia, con una postura que presagie seguridad. No busquemos de quién es la culpa de estas anomalías, es menester mejorar una seguridad insipiente para hacerla institucionalmente fuerte y robusta.

Nuestros jóvenes policías requieren capacitarse in situ, conocer la ciudad y entender a su gente y, finalmente, motivarse cívicamente a un desempeño excelente para cumplir con su misión.